Desvelada e inquieta, como acontecía su vida cada noche desde hacía ya un año, Lilian se dispuso a recorrer los pasillos de la gran mansión de los McAllan, a la que llegó en calidad de invitada hacía unos días; su intención en aquella desapacible noche era la de encontrar una estancia en la que hubiera una chimenea encendida que aplacara su frío nocturno. Sus pasos la condujeron, quien sabe si por azar o certeza, hasta el comedor.Allí aún ardía el fuego que la señorita Sarah, la criada, se había ocupado de encender para la cena.En sus pensamientos, Broc aparecía ante ella con su acostumbrado atuendo de hombre distinguido, de barón, y la miraba cariñoso y sonriente sin decirle nada de palabra. Creía que había olvidado su cara, pero lo cierto era que aún recordaba cada facción como si las hubiera esculpido ella misma tomándose una licencia divina.De fondo, Lilian parecía escuchar el sonido de unos lejanos galopes de caballo. De pronto, un sonido seco desdibujó sus pensamientos arrojándola súbitamente a la realidad; alguien había entrado en el comedor a aquellas horas intempestivas de la noche y la había arrancado para siempre de su inconsolable nostalgia.
Desvelada e inquieta, como acontecía su vida cada noche desde hacía ya un año, Lilian se dispuso a recorrer los pasillos de la gran mansión de los McAllan, a la que llegó en calidad de invitada hacía unos días; su intención en aquella desapacible noche era la de encontrar una estancia en la que hubiera una chimenea encendida que aplacara su frío nocturno. Sus pasos la condujeron, quien sabe si por azar o certeza, hasta el comedor.Allí aún ardía el fuego que la señorita Sarah, la criada, se había ocupado de encender para la cena.En sus pensamientos, Broc aparecía ante ella con su acostumbrado atuendo de hombre distinguido, de barón, y la miraba cariñoso y sonriente sin decirle nada de palabra. Creía que había olvidado su cara, pero lo cierto era que aún recordaba cada facción como si las hubiera esculpido ella misma tomándose una licencia divina.De fondo, Lilian parecía escuchar el sonido de unos lejanos galopes de caballo. De pronto, un sonido seco desdibujó sus pensamientos arrojándola súbitamente a la realidad; alguien había entrado en el comedor a aquellas horas intempestivas de la noche y la había arrancado para siempre de su inconsolable nostalgia.