El enfermo imaginario

Publicado el 19 septiembre 2017 por Rubencastillo

Pocas líneas serán precisas para recordar el asunto de esta comedia del inmortal Molière: el risible caso de Argan, un estrafalario señor que lleva años obsesionado con la idea de que lo aquejan múltiples “dolencias y alifafes” (como diría Azorín) y que el único modo de conservar la vida es ponerse en manos de médicos y boticarios que, con su palabrería y sus remedios invasivos (sangrías, lavativas, etc), “depuran” su organismo y mantienen su equilibrio. De nada vale que su hermano Beraldo despotrique contra los galenos (llegando a invocar el nombre del dramaturgo Molière, que tanto ha dado en burlarse de ellos); de nada valen tampoco los sarcasmos de su sirvienta Antoñita, que juzga ridícula su postura… El incauto Argan se ha empeñado en someterse con suma docilidad a todas las exigencias de sus cuidadores; y eso lo convierte en un personaje ridículo, en un títere patético al que manipulan y del que se aprovechan vilmente, amenazándolo con una muerte rápida si no completa los tratamientos prescritos.Lo que ven muy claro algunos personajes de su entorno (es decir, que su segunda esposa lo alienta para seguir con esos disparates hipocondríacos porque desea heredar pronto todo su dinero) es inadmisible para él, quien la estima un dulce ángel sin más horizonte que velar por su bienestar y por su dicha.
Llena de diálogos graciosos, de situaciones hilarantes y de pullas contra las frases empingorotadas y el vocabulario pseudocientífico que exhiben los médicos y boticarios de la obra, Molière consigue una crítica imperecedera contra los malos cuidadores de la salud, que se sigue leyendo sin fastidio y con una sonrisa en los labios.