Revista Arte

El engaño más fascinante perseguido por el mismo sentido que imaginamos sin demasiada ayuda de los otros.

Por Artepoesia
El engaño más fascinante perseguido por el mismo sentido que imaginamos sin demasiada ayuda de los otros.
 

El concepto de la Quimera tal como lo conocemos hoy es una invención del Romanticismo del siglo XIX. Había sido una figura mitológica griega en la Antigüedad, un ser monstruoso compuesto de figuras diferentes de fieros animales salvajes. Pero su función, curiosamente, no era maligna sino benigna, hasta se colocaba su efigie en las entradas de los cementerios con una finalidad de protección ante los malos espíritus. La realidad es que el Romanticismo contribuyó a crear gran parte de la mitología moderna occidental de otra mitología más antigua. Y, así, con la idea simbólica de la Quimera surgiría su nuevo concepto. Representa lo que parece y no es; pero, especialmente, lo que parece mucho, lo que obligaría a realizar un esfuerzo de reflexión profunda para no equivocarse. Pero, ¿lo que parece mucho a qué? A todo lo deseable, a todo aquello que la mente humana pueda componer autosatisfecha y decidida. En el Arte se podría entender además como un reflejo de lo que es, como la fidelidad más asombrosa a la realidad de lo que vemos en una obra artística. Porque se trata de imagen, de imaginación, absolutamente desbordada. El pintor francés Gustave Moreau (1826-1898) fue un creador simbolista, decadentista, romántico, medievalista... Pintaría la Quimera en muchas ocasiones, tantas como su espíritu anhelase aquello que componía con la misma avidez artística que ideológica. Porque creía absolutamente en lo que no vemos sino como la representación mental de una quimera. Pero, sin embargo, como toda audacia mental equivocada nos puede comprometer peligrosamente en la adecuación de la realidad con lo imaginado. En su obra La Quimera de 1867 Moreau nos fascina con su elaborada composición detallista. No es una pintura, es una exquisita creación iluminada de orfebrería artística muy colorida. Porque utilizará además todos los recursos cromáticos posibles de su paleta inspirada para dotar de belleza extrema la muestra más grandiosa de una composición genial.

Gusta o no gusta, Moreau y su simbolismo ingenuo romántico no da tregua en ese sentido. Como una quimera... Porque la quimera es un efecto psicológico muy personal en los seres humanos, la quimera no es algo objetivo sino completamente subjetivo. Los que son seducidos por ella no pueden evitarlo sino con las consecuencias imprevisibles de su fascinación. En esta pintura, como casi todas las que crease de este mito, la representación expresa una combinación de dos figuras relacionadas. Observemos bien. Siempre hay una atracción y un desdén en cada una de ellas. Una quimera no es más que un autoengaño, uno tan real que es imposible no quedar atrapado entre sus garras. Vemos aquí cómo el pintor simboliza de modo genial la atracción y el desvarío. Justo en el momento de mayor expresión de un gesto amoroso inevitable, la Quimera se lanza segura hacia el abismo sin importarle en absoluto la participación a su lado de otro ser, incapaz éste ahora de avanzar del mismo modo. Porque la Quimera no tiene sentimientos, ignora lo que eso significa. Su sentido en el Universo es fascinar, aletargar los sentidos y la voluntad de aquellos seres que, deslumbrados, serán capaces de imaginar todo lo que no sea visto ni sentido realmente de lo fascinante. Lo fascinante no tiene por qué serlo completamente, de hecho no lo es. Es solo una parte, a veces mínima, lo que asombrará de su sentido embriagador. El resto, la totalidad del resto considerable, la elaborará el sujeto fascinado. Por eso la pintura es un ejemplo sutil de la Quimera. Cuando observamos un cuadro el pintor sólo ha realizado una parte de la visión que nos llega a nuestros ojos. La maravillosa realidad de algo seductor no es más que la imaginación febril de aquel que es seducido. Por otro lado, lo fascinante es tanto más fascinante cuanto más desaparece su imagen sustituida ahora por la imagen creada en la mente fascinada sin remisión. La Quimera llevará siempre al abismo, no hay otra salida, porque la persecución de algo que nos alucina no es más que la destrucción final en su descubrimiento. 

Aun así, el sentido iconográfico de la pintura simbolista de Moreau tiene una complejidad añadida. ¿Es una satisfacción abandonarse al sueño encantador de una emoción tan grande? ¿Podremos salvarnos a pesar de entregarnos, desarmados e indolentes? En la composición de la obra la Quimera es representada como un centauro con grandes alas desplegadas. ¿Quiere decir eso que, a pesar del abismo insondable que no vemos, puede elevarse la Quimera evitando así la destrucción o la barbarie y, con ella, también la anulación de todo aquello que es sujetado a su materia? El artista simbolista no despejará la duda ni contestará la pregunta. Esa es la realidad de la expresión que su representación artística expone sin pretensiones ni alardes más allá de lo fascinante. El misterio de lo perseguido con amor nunca es revelado porque así es la verdad que subyace tras la fragilidad de un mundo sin sentido. El amor es auténtico a pesar de no serlo aquello que es perseguido. Tiene que existir una necesidad y una imaginación con que llenarla. La Quimera no es nada, no existe, además. Se padece, se experimenta en cada emoción perdida que no encuentra el revés de lo fascinante para ver la verdad de lo impedido. No somos más que seres abandonados entra la realidad y lo imaginado. La realidad llena lagunas perfectas en la trama ideada de lo imaginado. Se necesitan mutuamente, una para ser y otra para parecerlo. El Arte tan fascinador de Gustave Moreau nunca fue comprendido en su tiempo, de tan desubicado, de tan imbricado de metáforas ilustrativas, de tan irrealmente simbolista... Cuentan que en cierta ocasión el pintor Degas le preguntaría a Moreau: ¿piensa renovar el Arte con la joyería? Y así es casi, porque, como una joya deslumbradora, la pintura de Moreau encantará sin comprender del todo que, lo que vemos asombrados e indolentes, es una recreación elaborada de una fascinación muy sobrevalorada y muy distante.

(Óleo La Quimera, 1867, del pintor simbolista y decadentista Gustave Moreau, Museo de Arte de Harvard, EEUU.)


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