Una semana atrás se incendió su casilla y manos solidarias le acercan comida y agua. Cuenta una leyenda que se quedó ahí tras perder a su familia en un accidente.
Llegó a la zona hace 30 años y ésta es su verdadera historia.
Apareció de manera imprevista como una sombra, entre la espesa neblina que cubría Collón Cura. Observó, cauteloso, a los visitantes.
Un pequeño perro cimarrón salió al encuentro moviendo la cola y dio varios saltos a modo de bienvenida. Argentino Libertador Aranea permanecía quieto. Distante. Hasta que respondió, afectuosamente, el saludo.
El hombre que lleva 30 años viviendo solo, al costado de la ruta, en ese tramo serpenteante de Collón Cura, camina despacio. Su frondosa barba canosa cubre gran parte de su rostro agrietado por el viento intenso y el frío de la Patagonia. Sus manos impregnadas de hollín, curtidas, reflejan la crudeza de varios inviernos.
“Me gusta la soledad”, respondió el hombre, que aprendió a convivir con el silencio. Dijo que su primer nombre es Argentino, pero en su deteriorado documento, que rescató de entre las cenizas, sólo figura Libertador Aranea, nacido un 10 de mayo de 1950. La foto desgastada muestra a un joven lleno de vitalidad, de abundante cabellera negra y tez blanca.
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