Publicado el feb 7, 2014 en Literatura Francesa
Tal vez no conozcas a Tomás Montemerlo, y no te preocupes: no es importante. Por lo menos no para esta historia.
Lo que sí tenés que saber es que le dicen Monte, que yo sí lo conozco, y lo más grave: esa tarde los dos jugábamos en el mismo equipo de fútbol. En el MISMO equipo. De hecho, solíamos conformar la dupla de centrales más petisos del fútbol amateur (aunque con gran desempeño aéreo).
Monte se levantó un martes al palo. (La expresión “al palo” la voy a usar en este caso para describir un estado de excitación no sexual sino de ganas de hacer cosas, de desafiar a la vida. Cuidado, no tenemos datos comprobables si la expresión funcionaría también en su simbolismo sexual esa mañana, pero es probable.)
Inquieto por nuevos rumbos se fue a la peluquería y se rapó.
Los días fueron pasando, amontonados como gente que entra al cine cuando la película ya empezó.
El fixture decía que a las dieciséis horas de ese sábado frío comenzaba el partido que ya iba por su segundo tiempo. Con los muchachos habíamos notado el nuevo corte de pelo y tres corners seguidos le hicimos el mismo chiste: “Che Monte, vos no la peines, raspala.”
No viene al caso, pero yo venía jugando un partidazo. Tiré una tijera y todo.
A minutos del pitazo final, un tremendo foul hizo caer al pelado en cuestión al pasto mojado, dejándolo retorciéndose de dolor (o de supuesto dolor) lo suficiente como para que el réferi se acerque a verificar si estaba vivo.
Existen chistes tan poderosamente perfectos, que agitan la caja de la vida para que las piezas caigan dándoles su lugar justo. Éste era uno de ellos. Decidido crucé toda la cancha, miré a Monte, miré al réferi, miré a Monte, miré al réferi. Luego de un largo suspiro e indignado, dije: “Juez, mire cómo lo dejaron, le sacaron todo el pelo.”
El hombre de negro no entendió el chiste pero Monte seguro que sí. Y en vez de decirme “Che, loco, tremendo chiste, gracias”, simplemente balbuceó en un estado de angustia: “Pará bolu… forrro…. paralítica”.
Nunca lo pude perdonar por eso. El universo, se había tomado el trabajo de crear esa situación única, y yo había tenido el honor de ser el mensajero, el elegido.
Él, en cambio, fue un egoísta, un boludo.
La imagen data de semanas antes de la ruptura. Es una fotocarnet.
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