Pero el de ayer fue un serio correctivo dentro de una evolución en los últimos años. No hace falta más que acudir, en horario de misa, a alguna de las parroquias de este país para construirse una opinión fiel del escasísimo poder de atracción de la Iglesia hacia la población más joven. Su mensaje, caduco, trasnochado y poco adaptado a las nuevas generaciones y la realidad social, no cala. En sólo dos días, Ratzinger ha puesto sobre la mesa los principales ideales que lo anclan siglos atrás: rechazo de las nuevas concepciones del matrimonio, el ensalzamiento de la “familia tradicional”, el ‘no’ rotundo al aborto y la condena a un lamentable segundo plano de la mujer.
En una institución seria surgirían voces críticas sobre cuál es el destino que le espera si continúan fomentando el desapego de la sociedad. Sin embargo, la autocomplacencia sigue guiando a una Iglesia que, año tras año y acto tras acto, se distancia un poco más de la sociedad.