“Las mujeres son elegidas por los narcotraficantes para los eslabones más débiles de la cadena, como ser mulas o preparar las dosis, por varias razones. Una de ellas es porque su mentalidad machista las considera descartables, fácilmente reemplazables.” La frase pertenece a la especialista Adriana Rossi, nacida en Florencia y argentina por adopción, que habla un español perfecto con fuerte acento italiano. Especialista en el análisis político y social del narcotráfico, dictó durante 15 años un posgrado sobre narcotráfico en la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. En los últimos tiempos, asesoró a funcionarios de los gobiernos de Ecuador y Uruguay sobre el tema, y fue consultora externa de la Sedronar en la evaluación de proyectos internacionales de Naciones Unidas, la Unión Europea y la OEA. Su preocupación por la cuestión de género en las redes narco lleva su tiempo: en 2001 hizo investigación sobre mujeres presas en la Argentina por causas de drogas. Por eso, convoca a tener tanto una mirada de género como de clase. “Las cárceles están llenas de gente que son los últimos eslabones de la cadena, y la ruta del dinero nunca se sigue”, afirma. Cuándo se habla del narcotráfico como hipótesis de conflicto, ¿eso significa que pueden desestabilizar gobiernos?
–Pueden llegar a hacerlo de distinta manera, porque el narcotráfico lo que necesita para seguir existiendo a pesar de las legislaciones muy rígidas y la intervención tanto de los ejércitos locales como el de Estados Unidos, es una legitimación. Esa legitimación se da de tres formas. Una económica, porque la plata se reinvierte en la economía legal y eso los legitima como capitalistas. Otra a nivel social, porque el narcotráfico se inserta allá donde el Estado no existe, cuando el Estado abandonó poblaciones, que fue flagrante en los años ’90. Allí el narcotráfico reemplazó al Estado frente a poblaciones desprotegidas. Les dan ayuda a los que tienen problemas porque se enfermó la mamá, hacen la iluminación del barrio, construyen la escuelita, dan lo que el Estado dejó de dar. Encima, el narcotráfico da estatus, porque quienes ingresan y trabajan como narcotraficantes son respetados y considerados. La pertenencia, el estatus, la supervivencia garantizada, hizo que ingresara una parte de la población, la más débil y desprotegida. Por último, existe una legitimación cultural, y aquí ingresa de lleno la clase media. Vivimos en una sociedad de consumo: para ser reconocido, tienes que tener. Y las ganancias que pueden llegar del narcotráfico son notables. Se recicla el dinero, están los abogados, ciertos jueces, cooptados por medio de la corrupción. El narcotráfico tiene una ventaja comparativa imposible de igualar. También aparece la legitimación política, la complicidad política, la infiltración en agencias estatales, comprando, haciendo favores a los políticos de turno, que cierran los ojos y los dejan hacer sus negocios. ¿Cómo definiría la situación del narcotráfico en Argentina?
–En el país estamos frente a bandas de narcomenudeo. Muchos dicen que esto es Colombia o México y nada que ver. Si hay que hacer una comparación es con Brasil. Vamos camino a ser lo que es Brasil, pero estamos a tiempo de intervenir si se aplican políticas decididas. Para eso tiene que haber una Justicia limpia y eficaz, una policía limpia y eficaz y políticas sociales, para quitarle terreno propicio al narcotráfico. Es un fenómeno incipiente: no hay carteles, son bandas, y muchas de ellas de constitución familiar. Yo las llamo las pymes familiares, son pequeños y medianos emprendimientos. Se considera Rosario como una zona crítica, ¿lo es?
–En Rosario se dio una confrontación muy grande por territorio entre bandas. En esa disputa por liderazgo pasaron los muertos y los enfrentamientos con una policía que está atravesada por el narcotráfico. Hay conexiones evidentemente políticas, ahora hay acusaciones al intendente de Villa Gobernador Gálvez, y también el gobierno socialista está de alguna forma salpicado porque no puede no saber qué pasa en la policía, tiene que tener un control sobre la policía. Se habla de un autogobierno de la policía, pero eso está permitido por el gobierno provincial por omisión, o por algunos arreglos que pueden ser de gobernabilidad, como mínimo. También el conurbano bonaerense está atravesado por el narcotráfico...
–Atravesadísimo se puede decir, y ahí también hay una cuestión política muy fuerte, donde la droga ingresó no sólo por el negocio, sino también para evitar los liderazgos y la aglutinación entre los jóvenes, por una cuestión política, en los ’90. Pero en Rosario se da una situación peculiar: primero están los puertos, y los puertos son lugares de tránsito para las drogas. Porque la mayor llegada no es por avión sino por los barcos. También Rosario ha sido una ciudad de alto consumo respecto del resto de la Argentina. Esto ya en 1996 nos quedó claro cuando hicimos una investigación en la Facultad de Ciencia Política sobre droga en la población de Rosario, ahí hicimos una recolección de los datos. Y si hay consumo hay quien vende, y si hay quien vende es que está organizado, no es alguien a quien se le ocurre comprar y vender, hay como mínimo una red de distribución. Y en los últimos tiempos, en Rosario, hay mucha plata que está dando vuelta, que es plata legítima de los sojeros, pero la gran circulación de plata facilita la inserción de dinero ilegítimo, en el sentido de que no llama la atención, se disfrazan mejor las inversiones ilegales. Claramente quien conoce a esta gente sabe que no pueden tener el estilo de vida que tienen, pero en el conjunto es así como se pierde. Usted habla de pymes, pero las masas de dinero que se manejan son importantes.
–Generan muchísima cantidad de dinero. Se supone que cada bunker de droga genera 10 mil pesos semanales, que 2000 pasan a la policía. Quien vende recibe 400 pesos por día, si es mayor. Se considera que en Rosario hay unos 400 bunkers de droga, por lo tanto hay un volumen alto. Pero son bandas de narcomenudeo, que están en contacto con los que les hacen llegar esto. Es evidente que hay una red que se extiende más allá de la provincia y la nación. Pero ya no hay grandes carteles. Salvo en México, donde esos grandes carteles no sólo se dedican a la droga, también están en el tráfico de armas y de personas. En Colombia, sólo queda el del Norte del Valle. No hay grandes carteles, son cartelitos. Porque son más difíciles de detectar y de desarmar. Porque desapareces tú y el trabajo lo hago con otros. Está el que se especializa en el transporte, en los cultivos, en la fabricación de la cocaína. En este país, en la provincia de Santa Fe, está el tránsito, el consumo, la venta, las redes de narcomenudeo, está la cuestión de lavado y reciclaje del dinero y las cocinas. Hoy en día las grandes producciones en laboratorio para tener un buen producto se hacen en otros países, y donde hay consumo aparecen las cocinas, porque para producir cocaína se necesitan los precursores químicos. Ahora, contrabandear productos químicos se ha convertido en algo cada vez más difícil, porque hay mucho más control. Entonces, se prefiere hacer ingresar la pasta base, para poder elaborarla artesanalmente. Son las cocinas pequeñas, más bien para el mercado interno. En la estructura de las redes, ¿las mujeres tienen roles predeterminados a priori?
–Las mujeres en este ámbito han tenido roles digamos en los eslabones más débiles, ingresan muchas veces por el hombre, porque están metidos ellos. Pero muchas veces reemplazan al hombre y los narcotraficantes las prefieren en los eslabones más débiles, como preparar las dosis, o ser mulas. Porque las mujeres son más confiables, no se quedan con sustancias, no se quedan con dinero, difícilmente se convierten en consumidoras. El hombre sí, las mujeres menos. Y son fácilmente chantajeables, porque tienen hijos. Además, por la mentalidad machista, la mujer es desechable y no tiene reacción. Si tú te enfrentas a un hombre, él puede sacar un arma y puede causar problemas; la mujer no. ¿Por qué ellas son desechables?
–En la investigación que hice en 2001 de las mujeres presas por narcotráfico, ellas decían que la policía necesita hacer número, mostrar ante la opinión pública resultados. Entonces, cada tanto aparecen las noticias de que fue desbaratada una red de narcotraficantes. Pero eso había surgido porque los narcos le indicaban a la policía a quién tenían que apresar, y eran mujeres, porque las redes ya tenían quién las reemplazara. ¿Hay diferencias en el tratamiento judicial a mujeres y varones?
–En muchos países, las causas de mujeres se resuelven enseguida, mientras los hombres tienen que esperar. Y son muy duros los jueces con las mujeres, porque dicen que tienen que ser un ejemplo para los hijos. Son durísimos los jueces. En la Argentina me encontré con dos tendencias, las del castigo ejemplar. En cambio, otros jueces las toman como pobres desgraciadas, que han entrado por un hombre. Usan la mirada de la pobre desvalida, y a veces lo son, pero a veces no. Las mujeres que se meten en el narcotráfico, que preparan las dosis, son mujeres que tienen una fuerte personalidad, no es para cualquiera. Eso sí, todas venían de historias de violencia desde chicas, de parte de padres, de esposos, de novios, de situaciones de carencias afectivas, de carencias económicas. Pero eran mujeres muy fuertes, no eran mujeres débiles. La que consume y vende, ya no, es otra característica. ¿Entonces, las mujeres están en los eslabones más débiles de la cadena pero el manejo del dinero es una actividad más eminentemente masculina?
–Están en los lugares más débiles, pero ahora, como avanzamos en todos los sectores, se avanza también en eso. En un principio, el narcotráfico era cuestión sólo de hombres, porque es un circuito muy violento, se tienen que manejar armas, se toma en consideración el hecho de matar a alguien. Ha habido en la historia una narcotraficante colombiana, la Reina del Sur, que es mexicana, y en Italia se ha empezado a notar lo siguiente: los negocios los llevaban adelante las mujeres, pero quien ponía la cara era el hombre. Entonces, la Justicia, con una visión patriarcal, ponía preso al hombre y el negocio sigue porque quien tiene en mano todo eso es la mujer. Entonces está en la sombra la mujer. Está en los eslabones más débiles, pero en determinada franja decisional, puede haber mujeres. Es un porcentaje mínimo. En Rosario se encuentran mujeres que regentean los bunkers o que están a cargo de cocinas. ¿Por qué ocurre eso?
–Son mujeres, porque en todo lo que es un trabajo de precisión, como es la cocina, el hecho de garantizar que no haya sustracción de sustancia, de plata, que me quedo con el vueltito, con la pequeña dosis, eso las mujeres no lo hacen. Son más honestas (se ríe). Hay que tomar en cuenta que en la cuestión cultural, en los niveles estos de fraccionamiento, de hacer las dosis, de ser mula, de vender, no hay sensación de que se es narcotraficante. No está la percepción de cometer un delito real. Yo les pregunté: ¿quién es el narcotraficante? Y ellas creen que empieza por arriba de la mula, el que maneja mucha gente, ellos son los narcotraficantes. Habría que ver cuáles son las motivaciones por las cuales uno entra en ese circuito, cuánto gana, qué tipo de decisiones tiene que tomar, porque si no, con la palabra narcotráfico involucran absolutamente a todos y terminan presas las perejilas, pero no se va nunca más arriba, nunca se toca realmente a una clase media, siempre hay una mirada de género y de clase, son los negros los que están metidos en eso, son los de la villa. Quienes están más arriba no son de la villa, son los que tienen mayores ganancias, son los que se mantienen limpios e impolutos porque nadie los detiene. Aparecen entrelazadas las relaciones entre las redes de narcotráfico con referentes políticos territoriales, que se conocen como punteros, ¿por qué se dan estas relaciones?
–Hay una relación que se ve en Rosario y en el conurbano bonaerense siempre la hubo: los punteros políticos, los narcos y la barra brava. Está muy, muy mezclado. El narco se inserta a través de la corrupción en los poderes políticos, porque estando en el poder político el favor que te puede hacer el narco es a través de darte plata, no solamente por tu enriquecimiento ilícito, sino también para tener dinero para hacer la campaña o dar insumos a la población. Para ese clientelismo, que era y sigue siendo muy habitual, se necesita plata. Y está además la caja negra famosa, la caja negra de la policía, donde ingresa la coima del narco, se reparte entre policía y el poder político. Puede ser que los narcos elijan a los referentes territoriales de la política, porque tienen mayor arraigo y están en contacto con la población. Se habla de seguir la ruta del dinero, incluso hay agencias específicas para hacerlo, ¿la dificultad está en la falta de instrumentos o en la falta de voluntad?
–Por un lado, el juez lo que hace es tomar en consideración la causa específica, se encontró un tipo con un cargamento, procesa al tipo. Faltan instrumentos. Por otro lado, no hay una cultura de ir detrás, de ver quién está por detrás de este señor, de ir por la pista del dinero, hacer una investigación patrimonial. Si no siguen la ruta del dinero, no llegan nunca a los eslabones superiores. Se está tratando de entrenar a la policía en distintos lugares. En Europa, hay una policía que se dedica a eso, a las investigaciones patrimoniales, porque son los que te dan la posibilidad de llegar más arriba, si no se detiene en el chofer y la mula, nunca se va más arriba porque ellos tampoco saben muy bien quién los contactó. Conocen a duras penas quién les proporciona, y por lo tanto no tienen una gran referencia. Es muy difícil de esa manera desbaratar las redes. Es a través del dinero donde se puede establecer. Esas fortunas, cuando dicen: mirá ese tipo que era simplemente un jornalero tiene una gran casa. Hay fortunas que no se pueden justificar, de policías, de jueces. Entonces, en las redes de corrupción, en esas en que hay que meterse. Si no llenamos las cárceles de gente que son los últimos eslabones y el dinero nunca se investiga. Por Sonia Tessa Foto: Adriana Rossi Fuente: Página/12