Pero no es esto lo que impresiona del libro sino la manera en la que esta señora entendió su oficio de librera por más de treinta años: como uno en el que las responsabilidades y el orden van primero, uno sencillo, “los pequeños problemas aclaran los grandes”, en el que más que acumular libros hay que saber escogerlos y clasificarlos; la tarea es diaria y hay que estar atentos, aprender de las lecturas de los otros, que leer es también escuchar a los vivos: “Confíen en la buena voluntad de las personas, tengan por seguro que respetarán y seguirán todo lo que hagan con fe, paciencia y orden; conózcanlas mediante una observación constante, denles todo lo que puedan de ustedes mismos y verán que no son tan diferentes ni tan ajenas a ustedes y que, en definitiva, vivir en ellas es vivir más plenamente en uno mismo”. Al fin y al cabo los clientes –sus pedidos que tienen éxito y causan envidia– componen la librería y llenan los estantes; y uno se aprovecha de esto, uno no puede leerlo todo: sólo queda intentar conocer a ese pequeño grupo de lectores y llevar a cabo lo mejor que se pueda la tarea de adivinar su pensamiento.
Tomás David RubioLibélula Libros