“El espacio no falta si no falta el ánimo”

Publicado el 21 mayo 2014 por Libelulalibros
Adrienne Monnier decidió abrir su propia librería en plena guerra, el año: 1915. Una especie de catástrofe (su papá se murió pero no) le dejó una indemnización que le permitió abrir La casa de los amigos de los libros, La Maison des Amis des Livres, se pronuncia. Una librería legendaria que nació como cualquier otra: destinada a la ruina y al hazmerreír, te vas a quebrar, Adrienne –tenía veintidós años–. Todas estas anécdotas las cuenta la librera en Rue de l’Odéon (Gallo Nero), un libro que recoge perfiles, artículos, folletos, pedazos que intentan armar la historia de ese lugar. Por ejemplo la de su primer cliente, una anciana que compró una novela de saldo y que nunca volvió, seguramente asustada por la exagerada cortesía de los dependientes, que no sabían qué otra cosa hacer sino sonreír y correr de un lugar para otro. Luego la de la llegada de los poetas, de los personajes que volvieron famosa la librería de la señorita Monnier: Apollinaire, Breton, Valéry, Claudel... 
Pero no es esto lo que impresiona del libro sino la manera en la que esta señora entendió su oficio de librera por más de treinta años: como uno en el que las responsabilidades y el orden van primero, uno sencillo, “los pequeños problemas aclaran los grandes”, en el que más que acumular libros hay que saber escogerlos y clasificarlos; la tarea es diaria y hay que estar atentos, aprender de las lecturas de los otros, que leer es también escuchar a los vivos: “Confíen en la buena voluntad de las personas, tengan por seguro que respetarán y seguirán todo lo que hagan con fe, paciencia y orden; conózcanlas mediante una observación constante, denles todo lo que puedan de ustedes mismos y verán que no son tan diferentes ni tan ajenas a ustedes y que, en definitiva, vivir en ellas es vivir más plenamente en uno mismo”. Al fin y al cabo los clientes –sus pedidos que tienen éxito y causan envidia– componen la librería y llenan los estantes; y uno se aprovecha de esto, uno no puede leerlo todo: sólo queda intentar conocer a ese pequeño grupo de lectores y llevar a cabo lo mejor que se pueda la tarea de adivinar su pensamiento. 
Tomás David RubioLibélula Libros