El espectador paciente y el espectador gilipollas

Publicado el 14 enero 2013 por Cinefagos

El espectador gilipollas es algo que a veces va con el mobiliario del cine.

La magia del cine está en esas salas oscuras, con butacas que no son tuyas y que ahora son más cómodas que antaño, con un refresco y un paquete de palomitas por los cuales has tenido que dar parte de algún órgano vital, un ticket que te indica que tienes que subir o bajar escaleras y ubicarte a veces al lado de alguien maloliente, el cual conoce la palabra desodorante sólo de oídas y como un eco lejano.

Me gusta ir al cine, lo digo en serio. No voy a negar que voy mucho menos que hace años. No todos los estrenos semanales me apetecen y pocas son las películas que acabo yendo a verlas. Hay que ser selectivo. Puedes tirarte de los pelos por el precio de ver una película, pero es asombroso las múltiples comparaciones que podemos hacer sobre cosas que compramos y que no nos duele el bolsillo a la hora de rascárnoslo. Igual pasa con esa bebida refrescante y de garrafón o unas palomitillas que venden a precio de oro, las cuales cuestan casi igual que el salario de un empleado de una e.t.t. Me da igual. Nadie me obliga ni a ir al cine ni a adquirir los productos que he mencionado. Sé a lo que voy.

Pero otra cosa es el espectador gilipollas. A ése no lo he comprado.

El espectador gilipollas es algo que a veces va con el mobiliario del cine. Hay cuadros, focos, moqueta, la pantalla, y el gilipollas. A veces si tienes mala suerte puedes encontrarte con dos gilipollas, uno en la fila que tienes delante tuyo y otro en la de atrás. Ahí es difícil salir airoso de la situación. Normalmente sueles ser paciente y esperas minutos, muchos minutos, a veces incluso más de la mitad de la película para decir algo. Notas ésa culebra ansiosa por soltar veneno salir de tu garganta cuando ya no puedes más, pero le has dado muchas, demasiadas, oportunidades. Toda paciencia tiene un límite.

Empiezan unos gritos, chistecitos o sonidos guturales que no vienen a cuento, ni con la escena ni con el tono de la película. Incluso algún que otro eructo digno de cualquier lechón (aunque creo que dichos animales tienen más educación).

Suele tener una edad media, si tú estás en ella no te sientas ofendido por favor, de entre catorce y veintitantos años. Esta estadística es fiable por los años que he ido catalogando a dicha subespecie gilipollesca. Claro que hay excepciones, pero hablamos de “estadística”, la cual tiene sus pros y sus contras.

Utiliza una estrategia muy concreta. A veces se coloca en su butaca de una forma comedida y su aspecto no suele prevenirte de lo que puede venir más adelante. Es decir, son metamórficos. Adquieren una apariencia de no haber roto un plato en su vida pero más tarde te das cuenta de que tendrían que tener un arresto domiciliario y un collar que indicase su situación, en caso de que intentasen escapar, algo así a la película que protagonizó Shia Labeauf (Disturbia). Empiezan los trailers y normalmente es hasta normal que la gente, incluído él, hable y haga algún comentario jocoso sobre los trailers, yo mismo lo hago. Pero cuando empieza la película ya es harina de otro costal.

Voy a poner de ejemplo la película La Mujer de Negro (de la cual hizo una reseña Harry Powell). Hablamos de una película de suspense/ terror. No es Scary Movie, ni nada por el estilo. Creo que eso tendría que estar claro, pero me equivocaba. El espectador gilipollas no entiende de géneros ni nada por el estilo. Su educación, más bien falta de ella, hace que no entienda sobre esas cosas. Empiezan unos gritos, chistecitos o sonidos guturales que no vienen a cuento, ni con la escena ni con el tono de la película. Incluso algún que otro eructo digno de cualquier lechón (aunque creo que dichos animales tienen más educación). Es entonces cuando te empieza a tocar totalmente las narices. Hay gente que incluso le sigue el juego. Él borrico suelta una gracia, dicho eructo también cuenta, y alguien se río. Mala jugada. Porque entonces su neurona -única en su cerebro- empieza a pensar más soplapolleces para ofrecer. Tú notas que empiezas a tener calor, las mejillas coloradas cuan Heidi o Pikachu, sabiendo que no tiene nada que ver con el ambiente exterior, si no con lo que se está cocinando en tu interior. Con lo que empiezas a entender a Michael Douglas en la película “Un Día de Furia”.

Así que la moraleja o más bien el meollo de todo este asunto es el siguiente. No os dejéis avasallar por la educación gilipollesca del espectador gilipollas. Vuestro dinero es oro y el tiempo que paséis haciendo mala baba sin prestar atención a la pantalla no lo recuperaréis nunca. Con lo que un buen grito a tiempo y una mirada de mala hostia (aunque estés en una sala a oscuras) puede ser la mejor solución. Os lo puedo asegurar. Aunque a veces tengan que ser dos gritos, todo depende del lechón. Y que me perdonen los lechones, no quiero ofenderlos.

Fdo: Snake