Pedro Sánchez no es Manuel Azaña ni Mariano Rajoy es José María Gil-Robles, pero ambos lideran los bloques que se enfrentan, en esta semana decisiva, para formar gobierno en España, después de que el 20 de diciembre pasado ningún partido obtuviese mayoría suficiente para hacerlo en solitario. Como entonces, la derecha aglutina el voto conservador y tradicionalista que se ve en la necesidad de alguna alianza para mantenerse en el poder, sin que encuentre apoyos siquiera para aceptar la candidatura e intentarlo. El grupo más afín, Ciudadanos, una formación que representa a una derecha moderna en lo económico y liberal en lo social, no está dispuesto a mancharse con la que lidera el actual presidente en funciones, al que identifica con la corrupción y los desmanes que desea erradicar de la práctica política española. Y Rajoy, por su parte, no está dispuesto al sacrificio personal a pesar de que se le llena la boca de patriotismo y responsabilidad por el bien de España.
El PSOE busca acuerdos de gobierno con Ciudadanos y Podemos, quienes con un apoyo explícito y la abstención podrían facilitar su acceso al poder, pero los dos partidos emergentes se consideran incompatibles. La presencia de uno causa el rechazo del otro, al menos durante el proceso de negociación en que, hasta el final, las apuestas y las cesiones se libran a cara de perro para obtener las máximas ventajas. Podemos gustaría de un gobierno exclusivamente de izquierdas y con un programa radical, mientras Ciudadanos pretende un Ejecutivo centrista que aplique medidas liberales, fundamentalmente en lo económico. Ambas tendencias anidan entre los socialistas, que se ven obligados a pulir sus propuestas socialdemócratas de forma equidistante hacia uno y otro lado para dar satisfacción a sus probables socios de gobierno.
Representan, efectivamente, dos conceptos de España enfrentados y agrupados en dos bloques que, salvo la apariencia externa, en nada son semejantes, afortunadamente, aunque esta semana parezca que se reflejan en un espejo. Más que un Frente Popular enfrentado a una derecha monolítica, lo que existe en la actualidad es una sociedad diversa, plural y heterogénea que basa su convivencia en el diálogo, el acuerdo y la discusión de manera pacífica y democrática, sin alarmas en los cuarteles ni amenazas golpistas. La interrelación con entes supranacionales, políticos y económicos, aseguran que, cualquiera que sea el resultado de estos pactos, no supondrán alteraciones revolucionarias en la acción de gobierno. En un mundo global, esos entes supranacionales imponen condiciones a cualquier gobierno que aspire a la aquiescencia de tales poderes. Si ella, ningún gobierno es viable. Por eso, a pesar de los nervios y los aspavientos por lo que pueda surgir esta semana de las negociaciones, sólo nos jugamos matices con los que seguir administrando nuestra convivencia. Matices importantes, es verdad, para corregir desigualdades y evitar injusticias, pero sin salirnos del sistema ni del esquema general. Ni vienen los comunistas a violar nuestras mujeres ni Franco a fusilar a cualquiera que considere rojo o masón. Al menos, esa es nuestra esperanza.