Julia Robles escribe unos cuentos deliciosos. Para adultos y para niños. Y la demostración la tenemos con cada obra que va saliendo de sus manos y entrega a los lectores, quienes las aguardamos con paciencia ilusionada. Las guapas deberían morir (Tres Fronteras) o Extrañas mujeres de azul (Diputación de Badajoz) son muestras más que suficientes, a las que conviene añadir los relatos que publica periódicamente en revistas por toda España.En esta ocasión nos vuelve a dejar ante los ojos un volumen de historias ilustradas por el joven Pablo Manuel Moral, que realiza un trabajo hermoso, fiel complemento de las narraciones de Julia. Se trata de El espejo desnudo, una obra seria y divertida a la vez, llena de propuestas felices, donde la escritora gallega demuestra su alta solvencia a la hora de enfrentarse a las narraciones cortas, ya desde la primera historia. Porque, en efecto, ¿cómo actuar cuando un hada diminuta, juguetona e impertinente llamada Sarita no hace otra cosa que dar vueltas a tu alrededor a las tres de la madrugada, pidiéndote que asumas tu destino y tu vocación y escribas? La exterminadora de ideas es un relato igual de ingenioso: nos va contando cómo tiene por costumbre desechar una tras otra las ideas literarias que le van viniendo a la cabeza, para dejar que sólo sobrevivan las más fuertes (no es de esas escritoras que van apuntando en papelitos). Al final, descubrimos el asombroso truco de la narración, que nos obliga a quitarnos el sombrero, dando la razón a la narradora. Pero es que los siguientes argumentos continúan la línea de creatividad y sorpresa. Así, encontramos una dolorosa narración, de abuso y supervivencia (Suicidio); una espeluznante metáfora sobre la soledad y el aislamiento progresivo en que se convierte la existencia de una mujer (El pozo); la pregunta inquietante de hasta qué punto puede una tara física condicionar el futuro laboral, amistoso y sentimental de un hombre (y qué puede hacer su madre para restañar su pena, en tales circunstancias) (Tres dedos); un Juego de dioses que nos remite a Jorge Luis Borges, la metafísica y las muñecas matriuskas; una excursión en coche hacia la playa, que se acaba por transformar en una atroz pesadilla, digna de Cortázar o Lovecraft (Cortada por obras); un gran apunte de psicología erótica (Tentación); o un original relato de final sorprendente, que Julia dedica a la escritora María José Sánchez Vázquez (La mujer de metal). No hay cuento de este volumen del que no pueda extraerse algún primor estilístico o argumental, lo cual dice mucho de la consistencia literaria de su compositora, así que conviene celebrar este tomo con un sonoro aplauso, una inclinación de cabeza y una sonrisa de gratitud.
Julia Robles escribe unos cuentos deliciosos. Para adultos y para niños. Y la demostración la tenemos con cada obra que va saliendo de sus manos y entrega a los lectores, quienes las aguardamos con paciencia ilusionada. Las guapas deberían morir (Tres Fronteras) o Extrañas mujeres de azul (Diputación de Badajoz) son muestras más que suficientes, a las que conviene añadir los relatos que publica periódicamente en revistas por toda España.En esta ocasión nos vuelve a dejar ante los ojos un volumen de historias ilustradas por el joven Pablo Manuel Moral, que realiza un trabajo hermoso, fiel complemento de las narraciones de Julia. Se trata de El espejo desnudo, una obra seria y divertida a la vez, llena de propuestas felices, donde la escritora gallega demuestra su alta solvencia a la hora de enfrentarse a las narraciones cortas, ya desde la primera historia. Porque, en efecto, ¿cómo actuar cuando un hada diminuta, juguetona e impertinente llamada Sarita no hace otra cosa que dar vueltas a tu alrededor a las tres de la madrugada, pidiéndote que asumas tu destino y tu vocación y escribas? La exterminadora de ideas es un relato igual de ingenioso: nos va contando cómo tiene por costumbre desechar una tras otra las ideas literarias que le van viniendo a la cabeza, para dejar que sólo sobrevivan las más fuertes (no es de esas escritoras que van apuntando en papelitos). Al final, descubrimos el asombroso truco de la narración, que nos obliga a quitarnos el sombrero, dando la razón a la narradora. Pero es que los siguientes argumentos continúan la línea de creatividad y sorpresa. Así, encontramos una dolorosa narración, de abuso y supervivencia (Suicidio); una espeluznante metáfora sobre la soledad y el aislamiento progresivo en que se convierte la existencia de una mujer (El pozo); la pregunta inquietante de hasta qué punto puede una tara física condicionar el futuro laboral, amistoso y sentimental de un hombre (y qué puede hacer su madre para restañar su pena, en tales circunstancias) (Tres dedos); un Juego de dioses que nos remite a Jorge Luis Borges, la metafísica y las muñecas matriuskas; una excursión en coche hacia la playa, que se acaba por transformar en una atroz pesadilla, digna de Cortázar o Lovecraft (Cortada por obras); un gran apunte de psicología erótica (Tentación); o un original relato de final sorprendente, que Julia dedica a la escritora María José Sánchez Vázquez (La mujer de metal). No hay cuento de este volumen del que no pueda extraerse algún primor estilístico o argumental, lo cual dice mucho de la consistencia literaria de su compositora, así que conviene celebrar este tomo con un sonoro aplauso, una inclinación de cabeza y una sonrisa de gratitud.