La huida desesperada del nacionalismo catalán hacia adelante, más los que esperan ávidos con sus dagas en la boca, en un intento más de justificación de la propia existencia que como posibilidad cierta de conseguir la desgastada independencia, aparte de cansar al respetable contribuyente español no consigue otra cosa que exacerbar los ánimos de los ciudadanos a ambos lados de esa frontera virtual que promueven. Y los radicalismos extremos en estas cuestiones suelen acabar muy mal.
La engañifla catalana
Por mucho folklorismo estelado que nos quieran vender, si a esta altura de la política, con más de treinta años de zapa ininterrumpida y ampliada legislatura a legislatura en pos del catalanismo y de la marginación oficial de cuanto huela a español, resulta que aún no está clara la mayoría catalana que desee claramente la independencia de España, según los estudios sociológicos serios incluso de la propia Generalitat, algo pasa y no minino.
El alma nacional de un pueblo no se construye llenando de banderitas el Nou Camp, ni haciendo cadenas humanas por muy largas que sean; ni mintiendo descaradamente como el secretario de organización de Convergencia diciendo que Cataluña sería una potencia económica europea si se dieran las circunstancias de tener doble nacionalidad, conservando la española, con todas las ventajas personales y comerciales que tal eventualidad les reportaría y permaneciendo en el euro contra todo tipo de tratados de la Unión, y sin tener en cuenta tampoco que antes deberían hacerse los cálculos de lo que deberían pagar al Estado español por cuantas infraestructuras y servicios públicos básicos heredarían – la Barcelona Olímpica, por ejemplo - , o de dónde sacarían el dinero para sus pensiones. Por decir dos cosas sencillas de entender. Y no digamos nada de su futuro con aranceles de todo tipo para seguir comerciando con la España que tanto detestan algunos y que supone un porcentaje vital de su PIB, y también con Europa.
No, tal cosa debería hacerse con los datos históricos en una mano, sin mentir acerca del supuesto patriota catalán Casanova, por ejemplo – una chufla en toda regla -; y con los numéricos en la otra, demostrando suficientemente que en la suma y resta de sus aportaciones al Estado salen tan perjudicados como denuncian. Y no sólo sumando impuestos y restando inversiones y gastos estatales, sino contando también con su balanza comercial con el resto del Estado. También explicando argumentada y convincentemente cómo se salvaguardarían los intereses de todo tipo de los cientos de miles de catalanes o miles de empresas radicadas allí, por no exagerar, que no estuvieran por la labor llegado el caso de que una mayoría muy cualificada sí lo estuviera. Y, por último, exponiendo el escenario inmediato de Cataluña en una más que probable salida del euro siguiendo los acuerdos firmados en la constitución de la Europa comunitaria.
Muy difícil, ¿verdad? Pues éso lo saben mejor que nadie los irresponsables que soslayan estas cuestiones y se quedan sólo en la superficie nominal de sus reivindicaciones independentistas para engaño de nacionalistas de ocasión, descabellados irredentos, ingenuos de corazón o buenas gentes deseosas de que alguien les solucione de verdad los problemas que les acucian, engañadas por la demagogia y el verbo fácil de los trincones políticos que les pastorean.
El nacionalismo pueblerino español
Otro cantar es el nacionalismo extremo español no menos aldeano y esperpéntico que el anterior.
Cuando conviven en una misma nación quienes niegan el agua de unas regiones que la tiran al mar a otras que la necesitan y harían enormemente productiva; casos de la Castilla León del luego trasvasista Aznar oponiéndose a Borrell, que quería hacer tres trasvases de norte a sur aprovechando el Duero, el Tajo y el Ebro; o del Gobierno de España de Zapatero posteriormente derogando por imposición del oportunista socio Carod-Rovira el ya aprobado del Ebro abanderado por el PP – aprobado hasta por Pujol - ; o de quienes torpedean que el corredor ferroviario europeo siga por el Mediterráneo para dar salida a los productos de las regiones españoles ribereñas prioritariamente, que son las de mayor incidencia en el PIB nacional, con quienes sufren tales carencias y claman contra tan ciega política nacional, ya me dirán de que nación podemos estar hablando. Y ello, sin hablar de la existencia de amplias regiones subvencionadas permitiéndose hablar de rebajas de sus impuestos ante las barbas de los que más contribuyen – caso de Cataluña, por ejemplo, y aquí hay que darle toda la razón - . Sin hablar de corrupciones generalizadas, derroches públicos autonómicos y la subsiguiente requisa fiscal para sostenerlos.
Por todo ello produce ternura, cuando no desesperanza indignante, contemplar a tantos ciudadanos de regiones ninguneadas y machacadas siempre por la España irredenta hacer olas de españolismo agudo.
La España de Machado
Es la España de Pérez Galdós que Machado denominara de charanga y pandereta.
Como liberal, le daría a cualquier parte del territorio la posibilidad de separarse, con todas las consecuencias ¡todas!, naturalmente; y, sin alardear de pistolas ni cañones, tampoco me siento cómodo en ese nacionalismo español de opereta bufa en el que no existe la solidaridad inteligente para aprovechar todas nuestras oportunidades conjuntas con la máxima seriedad.
Una nación debería ser una unidad igualitaria de territorios, enriquecida por sus diferencias, y de personas, sentimientos, culturas, intereses y solidaridades humanas, pero sin descuidar ninguna de ellas. Lo demás son cuentos para provecho de unos cuantos vampirizando a los manejables, que desgraciadamente son demasiados.