"El Espía que Surgió del Frío" (1963) fue la novela consagratoria de John le Carré. Su primer libro, "Llamada para el Muerto" (1961) -que, en lo personal, creo que sigue siendo uno de sus mejores textos- no había llamado mucho la atención, ni tampoco su convencional segunda novela, la whodunit "Asesinato de Calidad" (1962). "El Espía que Surgió del Frío" cambió todo: el libro tuvo buena crítica, mejores ventas y ganó el prestigiado "Edgar" en 1965. El éxito finalmente alcanzado por le Carré con esta novela le permitió dejar su trabajo en el Servicio Exterior y dedicarse, por entero, a la literatura. La adaptación cinematográfica vino casi de inmediato. Se trata de El Espía que Surgió del Frío (The Spy Who Came In from the Cold, GB, 1965), escrita en parte por el especialista Paul Dehn -luego guionista de cabecera de la saga de El Planeta de los Simios- y dirigida por el izquierdista cineasta vetado por el macartismo Martin Ritt. Estamos ante un oscuro thriller de espionaje que tiene como absorbente centro dramático/moral la interpretación de Richard Burton, nominado con toda justicia al Oscar 1956 por esta actuación.Burton es Alec Leamas, un sombrío espía británico que, después de una tarea fallida en la que murió uno de sus agentes al tratar de cruzar el muro de Berlín, es enviado de regreso a Londres para cumplir con una misión mucho más dificil, mucho más tortuosa: infiltrarse como desertor en el servicio secreto de Alemania Oriental para lavarle la cabeza a cierto agente modelo de origen judío, Fiedler (Oskar Werner), para que crea que su implacable jefe exnazi Mundt (Peter van Eick) es, en realidad, un espía al servicio de Londres. Dicho de otra manera, el Servicio Secreto de Su Majestad quiere que los alemanes comunistas maten a su propio agente. Sin embargo, como veremos en el desenlace, hay muchas cosas que ni el mismo Leamas sospecha.El Espía que Vino del Frío es muy fiel al libro original, tanto porque reproduce muchos de los detalles de la trama, como por el tono desencantado del filme. Así, las tareas de contraespionaje del alcohólico y misántropo Leamas son todo lo que usted quiera, menos heroicas: no estamos en el terreno de James Bond, sino en el de unos torcidos burócratas que son capaces de todo con tal de ganar la partida. El propio Control -asesorado por el infaltable personaje de le Carré, George Smiley (Rupert Davies), que aparece en un papel secundario pero clave- no apela a ningún tipo de patriotismo cuando habla con un desconcertado Leamas al inicio del filme. Sabe que lo que hace no está bien, pero tiene que hacerlo: su voz, sus gestos, su manera de hablar son las de cualquier jefe de oficina. Parece más un distraído y amable burócrata que un bravo y cerebral estratega. Pero se entiende: la guerra en la que están Control, Leamas, Smiley, Mundt, Fiedler, es vergonzosa, torcida, sucia. Es la Guerra Fría. No está hecha para que la gane nadie. Está hecha para que unos maten y otros se dejen matar.Ritt dirige con seguridad tanto en exteriores -el fluido crane-shot extendido del inicio, en el cruce del muro de Berlín- como en interiores -la escena en la que Control recibe a Leamas-, aunque la fuerza del filme descansa, insisto, en la formidable interpretación de Richard Burton. Su Alec Leamas es un hombre que se mueve casi por inercia, sin ideales ni justificaciones. Uno tiene la impresión que Leamas se ha dedicado al espionaje porque es una buena manera de justificar su soledad y porque así nadie le dirá nada porque viste desgarbado o porque toma varios tragos de más en el almuerzo. Así, despeinado, sin rasurar, sarcástico, perpetuamente exasperado, con la mirada de un fiero animal acorralado, Burton logró uno de sus trabajos más notables como el seco espía Leamas que sabe que no es ningún héroe ni tampoco quiere serlo. Por eso, al final, preferirá terminar con todo. Que otros sigan el juego. Él ya tuvo suficiente: ya se cansó.
"El Espía que Surgió del Frío" (1963) fue la novela consagratoria de John le Carré. Su primer libro, "Llamada para el Muerto" (1961) -que, en lo personal, creo que sigue siendo uno de sus mejores textos- no había llamado mucho la atención, ni tampoco su convencional segunda novela, la whodunit "Asesinato de Calidad" (1962). "El Espía que Surgió del Frío" cambió todo: el libro tuvo buena crítica, mejores ventas y ganó el prestigiado "Edgar" en 1965. El éxito finalmente alcanzado por le Carré con esta novela le permitió dejar su trabajo en el Servicio Exterior y dedicarse, por entero, a la literatura. La adaptación cinematográfica vino casi de inmediato. Se trata de El Espía que Surgió del Frío (The Spy Who Came In from the Cold, GB, 1965), escrita en parte por el especialista Paul Dehn -luego guionista de cabecera de la saga de El Planeta de los Simios- y dirigida por el izquierdista cineasta vetado por el macartismo Martin Ritt. Estamos ante un oscuro thriller de espionaje que tiene como absorbente centro dramático/moral la interpretación de Richard Burton, nominado con toda justicia al Oscar 1956 por esta actuación.Burton es Alec Leamas, un sombrío espía británico que, después de una tarea fallida en la que murió uno de sus agentes al tratar de cruzar el muro de Berlín, es enviado de regreso a Londres para cumplir con una misión mucho más dificil, mucho más tortuosa: infiltrarse como desertor en el servicio secreto de Alemania Oriental para lavarle la cabeza a cierto agente modelo de origen judío, Fiedler (Oskar Werner), para que crea que su implacable jefe exnazi Mundt (Peter van Eick) es, en realidad, un espía al servicio de Londres. Dicho de otra manera, el Servicio Secreto de Su Majestad quiere que los alemanes comunistas maten a su propio agente. Sin embargo, como veremos en el desenlace, hay muchas cosas que ni el mismo Leamas sospecha.El Espía que Vino del Frío es muy fiel al libro original, tanto porque reproduce muchos de los detalles de la trama, como por el tono desencantado del filme. Así, las tareas de contraespionaje del alcohólico y misántropo Leamas son todo lo que usted quiera, menos heroicas: no estamos en el terreno de James Bond, sino en el de unos torcidos burócratas que son capaces de todo con tal de ganar la partida. El propio Control -asesorado por el infaltable personaje de le Carré, George Smiley (Rupert Davies), que aparece en un papel secundario pero clave- no apela a ningún tipo de patriotismo cuando habla con un desconcertado Leamas al inicio del filme. Sabe que lo que hace no está bien, pero tiene que hacerlo: su voz, sus gestos, su manera de hablar son las de cualquier jefe de oficina. Parece más un distraído y amable burócrata que un bravo y cerebral estratega. Pero se entiende: la guerra en la que están Control, Leamas, Smiley, Mundt, Fiedler, es vergonzosa, torcida, sucia. Es la Guerra Fría. No está hecha para que la gane nadie. Está hecha para que unos maten y otros se dejen matar.Ritt dirige con seguridad tanto en exteriores -el fluido crane-shot extendido del inicio, en el cruce del muro de Berlín- como en interiores -la escena en la que Control recibe a Leamas-, aunque la fuerza del filme descansa, insisto, en la formidable interpretación de Richard Burton. Su Alec Leamas es un hombre que se mueve casi por inercia, sin ideales ni justificaciones. Uno tiene la impresión que Leamas se ha dedicado al espionaje porque es una buena manera de justificar su soledad y porque así nadie le dirá nada porque viste desgarbado o porque toma varios tragos de más en el almuerzo. Así, despeinado, sin rasurar, sarcástico, perpetuamente exasperado, con la mirada de un fiero animal acorralado, Burton logró uno de sus trabajos más notables como el seco espía Leamas que sabe que no es ningún héroe ni tampoco quiere serlo. Por eso, al final, preferirá terminar con todo. Que otros sigan el juego. Él ya tuvo suficiente: ya se cansó.