Miguel Urbán Crespo
El pasado junio las elecciones legislativas holandesas dejaron un resultado incierto. La derecha liberal, al mando de Mark Rutt, con 31 diputados, ganaba las elecciones por un estrechísimo margen, un solo escaño, a los socialdemócratas del ex alcalde de Ámsterdam, Job Cohen, mientras el Partido Democristiano del primer ministro saliente, Jan Peter Balkenende, recibía un severo castigo perdiendo 20 escaños, y pasando de 41 a 21. Pero la sorpresa de las elecciones fue protagonizada por el espectacular ascenso de la extrema derecha xenófoba del Partido por la Libertad (PVV), liderado por Geert Wilders, que consiguió pasar de 9 a 24 escaños. Y que celebraba sus buenos resultados, con estas declaraciones en la misma noche electoral: “Nadie podrá ya ningunearnos. Holanda ha votado por la integración; por menos Islam, menos inmigración y más seguridad. Lo sabíamos y el votante también. Es un día fantástico para nuestro Partido por la Libertad, y glorioso para Holanda”.
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