El esqueleto de los guisantes, por Pelayo Cardelús

Publicado el 06 mayo 2012 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Editorial Caballo de Troya. 190 páginas. 1ª edición de 2006.
Este libro es un regalo de la editorial. El tema me interesa: el mercado laboral en España. Y es extraño, sabiendo cómo es el mercado laboral en España, que no haya más libros que traten sobre él, sobre su extrañeza, sobre las forzadas relaciones humanas que se establecen en su entorno, sobre sus horarios desbocados.
Pelayo Cardelús (Madrid, 1974) trabajó en una empresa de marketing on-line –llamada en la novela Nivel 5– unos 6 meses, en 2004; y el libro se abre con una página titulada Aclaración innecesaria, que comienza así: “Escribo esta obra para ejercitar mi escritura. Con ella busco la frase única emanada del pensamiento claro. Conozco de antemano el fracaso de mi propósito. Contra mi voluntad, soy escritor” (pág. 9), una declaración de intenciones que parece sacada de El discurso vacío de Mario Levrero.
Las primeras páginas de El esqueleto de los guisantes parecen jugar a la metaliteratura, y Cardelús nos explica algunas de las claves de la composición de su obra que, por lógica, han tenido que ser añadidas a posteriori: cómo, por ejemplo, el manuscrito es elogiado por el editor, quien sin embargo apunta que “la obra mejoraría enfrentada de alguna manera a otro texto.” A la obra le falta esqueleto, entiende el autor, y replica: “Por esta razón he escogido el título El esqueleto de los guisantes –intenté defenderme–. Los guisantes no tienen esqueleto como la vida en una oficina no tiene argumento” (pág. 15).
El texto principal de El esqueleto de los guisantes está formado por 31 capítulos en forma de diario, titulados con las sencillas anotaciones de Día 1, Día 2..., donde el narrador, llamado igual que el escritor (en la página 14 se nos ha aclarado lo siguiente: “Todo lo escrito es verdad, o sea no ficción”), describe cómo transcurre el quehacer cotidiano en una pequeña empresa madrileña de marketing on-line. Y entre los días de este texto se entrelazan las entradas de un blog, escrito por el personaje de Arístides Gamboa, recientemente despedido de la empresa; que ha sido el texto encontrado por el autor (en el moderno zoco de internet) para cumplir con el mencionado requerimiento de enfrentamiento hecho por el editor. El nombre de Arístides Gamboa aparece en la página 3 como colaborador de Pelayo Cardelús para la composición de la novela. He buscado el blog en internet, y la página web existe, pero no encuentro el texto del blog que está reproducido en la novela; lo que me hace pensar que todo es un juego metaficcional y que no hay dos escritores en esta obra. Los capítulos del diario son más mesurados, de una prosa limpia, con algún pequeño destello poético; las páginas correspondientes al blog son de un estilo más desenfadado y coloquial, y en ellas parece hacerse una apología a Internet como espacio de libertad.
El esqueleto de los guisantes es una novela que, desde lo concreto, apenas la descripción de un puñado de días en una oficina, pretende trascender hasta el discurso generacional. Las referencias son claras: “El consabido círculo infernal en que arden las iras de mi generación: precariedad laboral, sueldos bajos y desorbitado precio de la vivienda” (pág. 10). “Pero vestir raro, hoy que todo forma parte del mercado, es vestir a la moda. La excentricidad vende. Muchas empresas de ropa obtienen cuantiosos beneficios a costa del afán de distinción de los jóvenes (y en nuestros días la juventud parece incluir a los menores de sesenta años)” (pág. 128).
Si en los años 90 del siglo XX nos acostumbramos a leer sobre una juventud hastiada de todo, que se refugiaba del mundo en la noche y sus excesos (la generación Kronen), en la primera década del siglo XXI (o al menos en más de una de las novelas españolas de Caballo de Troya, estoy pensando en Fernando San Basilio, por ejemplo, al que aún no he leído) la acción parece haberse trasladado a la oficina como nueva ampliación del campo de batalla: una oficina donde la mayoría del personal es joven (es decir, precario; es decir, prescindible) y además, y para hacer más sangrante la situación, puede llegar a tener aspiraciones artísticas, como en el caso del autor, en busca de un empleo que le permita una disyuntiva casi inalcanzable: la de poder irse definitivamente de casa de sus padres y que le deje tiempo libre para escribir. La cita de Friedrich Nietzsche que abre el libro resulta muy ilustrativa de esta angustia vital: “Hoy, como siempre, los hombres se dividen en esclavos y libres; quien no dispone para sí mismo de las dos terceras partes de la jornada es un esclavo, ya sea estadista, comerciante, empleado, erudito, etc.”.
En Nivel 5 los jefes tienen unos 40 años y los empleados en torno a 25. Se suceden las conversaciones triviales, los intentos de agradar al prójimo sentado a nuestro lado (del que no estamos seguros que debamos fiarnos), el malestar que causa no poder ser naturales con el jefe, las risas forzadas con su poso de tristeza… Todo este mundo de un dramatismo de baja intensidad, con momentos ligeramente cómicos y ligeramente amargos, está plasmado en la novela, y , al haber nacido yo el mismo año que el autor (1974), en muchos momentos me parecía estar asistiendo a una charla entre amigos. Aunque habría de apuntar que en mi caso la distancia ha sido muchas veces mayor: mis compañeros de carrera o de trabajo no tenían ninguna aspiración artística. Y, como el narrador de esta historia, yo también he escrito sobre mis trabajos, quizás buscando lo mismo que él: “Busco en este diario, deshilvanado y sin estilo, algo parecido a la risa o la venganza” (pág. 131). Y cuando leo, en muchas ocasiones, busco lo distinto, lo que ocurre en otro continente, pero también, a veces, me agrada la cercanía: y este es el mayor logro de este libro para un lector español de mi generación: la gran empatía que he sentido con el narrador, que me ha arrastrado con fuerza por las páginas de la novela y me ha hecho desear haber podido seguir leyendo sobre esta vida de pequeños detalles, pertinaz y cercana. (Y una pequeña reflexión final: Cardelús está hablando de 2004, de la época de las vacas gordas; da miedo pensar que el mundo laboral español sólo ha empeorado desde entonces).