Esa es la realidad de la calle, no de los despachos; de los hogares, no de los especuladores; de los ciudadanos de a pie y no de las grandes cifras. Nos han construido (y los ciudadanos lo hemos permitido) un estado del bienestar basado en el PIB y no en las familias. Los sueldos menguan cada vez más y el mileurismo se ha instalado no como una solución coyuntural, sino estructural. Los servicios públicos dejan mucho que desear. El sistema de pensiones se resquebraja, que hace necesario un nuevo esfuerzo de los de siempre.
Y es que en una sociedad como la actual, en la que la teórica igualdad de oportunidades se ha convertido casi en una utopía, el bienestar de unos se logra, en la mayoría de las ocasiones, a costa del malestar de muchos… ¿Cómo ha logrado, por ejemplo, El Corte Inglés que en la mayor crisis del consumo de las últimas décadas haya reducido sólo un 1,5 por ciento su beneficio? Pues no hay que ser muy avispado para saber que habrán apretado hasta la extenuación a sus proveedores, a sus trabajadores… ¿Y esa es la riqueza que queremos?
Ante esta situación, caben pocas conclusiones positivas. Está claro que siempre se está a tiempo de rectificar y España lo está. Sólo hace falta voluntad política de reconocer que la realidad de las familias no se describe en las grandes cifras. Sólo así se trabajará para que el objetivo sea el bienestar de todos y no el de unos pocos.