Jordi García Farrero
Quisiera proponerles a ustedes el siguiente ejercicio. Se trataría de reflexionar –primero por separado y después, cuando se topan– sobre la normalidad y la estigmatización. No obstante, antes de dar comienzo a dicho trabajo, es oportuno visitar los distintos diccionarios existentes en lengua española para conocer la conexión o no entre el origen y el tratamiento actual de los conceptos expresados dada la habitual perversión del lenguaje en nuestros tiempos. De esta manera, tengo la certeza que deliberamos del mismo asunto y, poco a poco, nos iremos alejando de las ideas preconcebidas que fabrican, como sostiene el profesor Jorge Larrosa, en «aparatos altamente institucionalizados y jerarquizados de control del discurso y de control del pensamiento».
En primer lugar, hallamos el vocablo normal –procedente de la lengua latina– que expresa la idea de una «cosa que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas e antemano». De ahí que, a partir de una de las palabras derivada de la mencionada como es norma, ya podríamos dibujar los primeros bocetos de los sujetos que forman parte de este extremo. Por otro lado, decir que el término estigma fue tomado del latín y éste, de la lengua griega. Con la intención de distanciarse de su sinónimo que no es otro que el anterior concepto y, asimismo, describirlo mejor, es sencillamente una «huella, una marca impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien como signo de esclavitud».
Por consiguiente, este artículo – algo funambulista si me permiten el calificativo –intentará transitar por esta línea dicotómica– compuesta con lo ordinario en un extremo y lo anómalo, en otro – trazada por el pensamiento dominante, el cual siempre se postula como verdadero y correcto para incidir en nuestra socialización o contacto con el resto de las personas. Cabe decir, que esta manera de explicar y ordenar la realidad, que tiene el propósito de construir nuestras identidades individuales y grupales, está presente en todas las sociedades des de que existen cómo tal. Por tanto, este trabajo también podría ganar el adjetivo de inactual porque detectar y poner nombre a la diferencia minoritaria siempre fue una constante en todas las civilizaciones existentes en lo que denominamos historia universal. Las actuales, como es lógico, no son ninguna excepción. Así pues, las dispares formas de sedentarismo siempre necesitaron y necesitan de algo extraño, desconocido para clarificar su arquetipo de persona adaptada y apta para sus reglas de convivencia.
En fin, este artículo tiene por objeto tan solo ser una invitación para que pensemos de manera diferente a la que estamos acostumbrados. O sea, una vez ya detectada la naturaleza clásica de las palabras protagonistas de este comentario, se trataría de algo como pensar sobre nuestra condición –ya sea normal o no tal comoespecifica el pensamiento dominante– y de su influencia en nuestras prácticas educativas que, al fin y al cabo, es el principal motivo o preocupación que nos reúne a todos aquí, alrededor de este libro. Por último, añadiría que este trabajo también pretende brindar la oportunidad de mirar la realidad, lo otro y a nosotros mismos de una manera muy diferente.
Véase: García, J. (2011) "El Estigma: algunas reflexiones sobre esas marcas tan significativas en la Educación Social", en: Moyano, S. y Planella, J. Voces de la educación social. Barcelona, Editorial UOC, pp. 91-101.