El independentismo catalán ha puesto de relieve un montón de gravísimas peculiaridades hispanas que inhabilitan al país para solucionar de manera racional, civilizada y democrática la mayor parte de los problemas graves que van evolucionando y transformándose durante años y años sin llegar nunca a la solución real o tardando muchísimo más que lo que toma solucionarlos en un país normal y serio.
En mi opinión lo que provoca esta incapacidad nacional son dos características: primero el odio. No es extraño que España sea uno de los países europeos que ha sufrido más guerras civiles y golpes de Estado. Los enfrentamientos políticos tienen un elevadísimo componente de odio de los que el más notable y extendido es la catalanofobia, pero que aparece también aplicado a casi todo en los enfrentamientos políticos.
Segundo, una combinación de ‘todo vale’, falsedades, falacias y calumnias, con la característica añadida que muchos de los partidarios del grupo que engaña lo aceptan y mantienen a sabiendas de que es una falsedad o inmensa exageración.
La comparación entre la gestión del tema Escocia en el Reino Unido y el tema Catalunya en España es para que nos caiga a todos la cara de la más absoluta vergüenza. El Reino Unido ha solucionado realmente el problema de manera civilizada incluso sin fractura entre regiones o grupos políticos, en Londres nadie silba a deportistas o equipos escoceses, y ningún medio de comunicación insulta y se inventa barbaridades de los escoceses, mientras que en España el desastre no podría ser mayor, dando la impresión que absolutamente nadie quiere solucionar el problema si no es a guantazo limpio.
Ayer lunes 19 se conmemoró el 30 aniversario del atentado de Hipercor, y unos días antes en un acto relacionado con el atentado, Puigdemont dijo: “ …de no haber sido por la persistencia de muchas personas, el combate contra la organización terrorista no se habría ganado”, y añadió “En unos años diremos lo mismo: hemos conseguido todo lo que el pueblo de Catalunya nos propuso para que persistiésemos”, y se armó la gorda con media España exigiendo rectificaciones y disculpas, pero yo lo siento pero no veo donde están los comentarios insultantes y las barbaridades dichas por Puigdemont. Alabó la forma en que el país luchó contra ETA y lo aplicó al proceso independentista, ni hubo apología de ETA, más bien al contrario, ni desprecio por las victimas del terrorismo. Mientras se crucificaba a Puigdemont por el comentario, Sáez de Santamaría, la vicepresidenta del gobierno que no ha aplicado ni un miligramo de inteligencia a solucionar el problema catalán, le exigía nada menos que cesara en las provocaciones. Increíble.
El comentario de Puigdemont fue como agua de mayo para los indeseables de la caverna mediática empeñados en transformar un independentismo pacífico y pactista en una organización terrorista, y como no tienen ningún grupo terrorista catalán del que echar mano se inventan conexiones con ETA. Su obsesión es de tal calibre que en El Mundo colocaron una foto de Puigdemont “por casualidad” en el recuadro en que daban la noticia del ataque terrorista contra un furgón policial en Paris del lunes 19, y que yo sepa no ha habido rectificación de ninguna clase. No creo que nadie pueda explicar cómo puede solucionarse un problema grave con actitudes vomitivas como esa.
Yo tampoco estoy de acuerdo con lo que dijo Puigdemont porque decir que se venció a ETA por persistencia no es nada exacto. La lucha contra ETA es un buen ejemplo de la incapacidad de los españoles para solucionar los problemas graves a la que me he referido al principio de esta nota. ETA fue la última de las organizaciones terroristas europeas en cesar sus actividades, cuando todas las demás lo hicieron al menos diez años antes que ETA. Esto no es persistencia, esto es gestión desastrosa.
Por otro lado, que puede esperarse de un país cuyo gobierno destruye la posibilidad de un futuro con energía eficiente y no pasa nada, comete la peor barbaridad que puede hacerse en democracia con la Operación Catalunya y no pasa nada y sus gobiernos están formados por ministros que al cabo de pocos años y cuando están obligados a decir la verdad, no se acuerdan ni tan solo de qué eran ministros y donde estaba su ministerio y no pasará nada.