¿Los profesores eligen con acierto los libros de prescripción escolar? ¿Hasta qué punto resulta conveniente esta concepción «obligatoria» de la lectura? ¿Es preferible potenciar el disfrute de esta actividad o enseñar los grandes nombres de la literatura? Todos, como alumnos que somos o hemos sido, nos hemos planteado alguna vez estas preguntas. Y, precisamente porque todos tenemos algo que decir, al analizar este asunto se corre el peligro de caer en la extrema subjetividad de la experiencia personal, por lo que el debate se suele limitar a dos bandos: los partidarios de las lecturas obligatorias, porque pasaron un buen rato con las que les tocaron, y los que las rechazan porque, por el contrario, no lograron conectar con las propuestas. Yo intentaré ir un poco más allá.Un primer reto de la escuela en esta materia se encuentra en elegir entreobras importantes de la historia de la literatura, como clásicos medievales y modernos, o novelas más cercanas a la edad y las inquietudes de los estudiantes, de corte infantil o juvenil. La decisión no es tan sencilla como parece. Los adultos, según las opiniones expresadas en la red, parecen decantarse por la segunda opción, porque, además de ser libros que transmiten unos valores e invitan a la reflexión, tienen más posibilidades de entretener por tratar temas contemporáneos al niño/adolescente y utilizar un vocabulario de fácil comprensión para él. Esta postura atribuye al profesor la responsabilidad de fomentar la lectura por delante de impartir lecciones sobre literatura, aunque, puntualizo, con estas novelas también se trabaja para que la experiencia lectora proporcione distracción y enriquecimiento a la vez.Las lecturas obligatorias de clásicos, por su parte, son con frecuencia el blanco de las críticas por imponer obras de cierta complejidad cuando el lector aún no está preparado para apreciarlas. No obstante, esta dificultad es relativa: no se puede comparar un texto medieval —alejado del lector joven tanto por el contexto en el que surgió como por el uso del lenguaje— con una obra de teatro del siglo XX —más próxima en el tiempo y, a menudo, más amena—, por ejemplo. El término «clásico» engloba muchos libros y, del mismo modo que no todas las novelas infantiles y juveniles son recomendables, no todos los clásicos deben rechazarse por sistema como posibles lecturas obligatorias. Además, decantarse por la literatura infantil/juvenil no asegura el éxito: también hay obras de este tipo que no convencen, que no crean lectores. El profesor tiene un trabajo muy complicado con la elección, y decida lo que decida seguro que habrá alguien que no esté conforme. Creo que el docente debe mirar por el bien de la mayoría, y nosotros, los que opinamos desde fuera, tener presente que una sola experiencia no basta para reprobar su selección.Por otro lado, a veces lo que se cuestiona no es la elección concreta sino la concepción «obligatoria» de la lectura, que permanece en la memoria de muchos adultos como algo aburrido y pesado. Esta percepción resulta difícil de combatir, porque cualquier tarea del colegio es «obligatoria» para el alumno, con independencia de que se imponga una lectura para su posterior evaluación o se dé libertad para que elija un libro de su agrado y después realice un trabajo. En ningún momento me planteo la supresión de estas lecturas; eso sí que sería perjudicial. Tengamos en cuenta que siempre que surge este debate se opina desde la perspectiva del adulto lector, pero pongámonos en el lugar de alguien que no lee: es probable que estas lecturas obligatorias hayan sido su primer contacto con la literatura, su única oportunidad de toquetear un libro, de empezar una biblioteca personal y, por supuesto, de leer ficción. Las estadísticas demuestran que a medida que el nivel de alfabetización aumenta —gracias a la obligatoriedad de la educación y el acceso a la escuela pública— también crece el número de lectores.A todo esto, no perdamos de vista que el aprender a disfrutar de la lectura no solo depende los profesores: el entorno familiar es incluso más importante en esta aproximación a los libros, puesto que los hábitos adquiridos durante la primera infancia influyen mucho en el niño. Quizá algunos padres no pueden ayudar a su hijo con los deberes de matemáticas, pero sí pueden comprarle libros o llevarlo a la biblioteca. Aunque el papel de los docentes es fundamental y sin duda seguirán buscando las mejores vías para que el alumno se lo pase bien leyendo, la responsabilidad de transmitir el amor por la lectura depende de todos.