El grito "España nos roba" es tan viejo como el deseo de la burguesía catalana de controlar con plenitud las leyes y el gobierno de Cataluña para poder extraer mas "jugo" a su potencia industrial y comercial, una riqueza que ellos olvidan que se ha forjado con inversiones y plusvalías que procedían en gran medida del resto de España.
El 6 de octubre, por su fracaso rotundo, es un tema casi tabú en Cataluña.
Artur Mas parece mas sensato y prudente que su antecesor Luis Companys, de Esquerra Republicana. No parece probable que llegue tan lejos saltándose la legalidad, ni provocando situaciones tan humillantes como aquel indulto concedido al rebelde derrotado por el jefe del Estado, Niceto Alcalá-Zamora. El general Franco, al ordenar su fusilamiento en 1940, convirtió en un mártir del catalanismo al derrotado Companys.
Pero Mas está jugando con fuego y está provocando situaciones muy graves, sobre todo dos: la división y el odio. Se dice que los catalanes pasan con facilidad “del seny a la rauxa”, de la cordura al arrebato, de una elegante serenidad a liarse la manta a la cabeza. Muchos catalanes se encuentran hoy en la rauxa y se dirigen, obcecados, hacia una separación que conlleva enfrentamiento y, probablemente, una profunda ruina económica, ya que cientos de empresas abandonarán Cataluña y se radicarán en España, aunque sea solo para poder vender sin aranceles y para seguir disfrutando de las ventajas de la Unión Europea.
El aniversario del 6 de octubre quizás sea un buen momento para la reflexión y para evitar dramas que, aunque parezcan lejanos e inverosímiles, están ahi, a la vuelta de la esquina, productos de la estúpida sustitución del seny por la rauxa.
Muchos españoles agradecerían a sus compatriotas catalanes que emplearan su energía no tanto en "romper" España como en cambiarla para que sea mas decente y justa, contribuyendo a cambiar la impresentable dictadura actual de los partidos, sin ciudadanos y sin democracia, por un sistema donde existieran poderes independientes, una justicia eficaz y unos partidos y políticos sometidos a controles democráticos, alejados de la corrupción y del abuso de poder y que recuperen valores imprescindibles que han perdido en su sucia orgía de poder: la verdad, el respeto al ciudadano y la ejemplaridad. Puede que de ese modo consigan antes sus objetivos de prosperidad y justicia.