El eterno retorno de la nieve

Por David Porcel
La tradición nos enseña a pisar firme para seguir avanzando. Donde no hay suelo ni camino, como enseña Parménides, no hay tránsito ni final posibles. La ciencia es el camino, y la verdad su terminación. Sin embargo, no sólo puede avanzarse caminando. Es el caso de aquellos malogrados que, por una razón u otra, viven anclados en una imposibilidad. No habitan la posibilidad porque no encuentran donde pisar, de ahí que no les sea dado el camino. Se trata de personajes, por lo general, atormentados, aquejados de un mal constituyente. No conocen la frustración porque no tienen nada que realizar ni nada por lo que sentirse irrealizados. Sencillamente, habitan más acá de la posibilidad y la expectación.
Llevado al cine de Tim Burton, lo encontramos en el personaje de Edward (a quien debemos el título de Eduardo manostijeras) Sus tijeras delatan su naturaleza artificial, pero también la imposibilidad del abrazo ("no te puedo abrazar", le dice a la joven Kim), del compromiso y de la unión. No es que no pueda ver realizados sus sueños de conquistar a Kim, sino que ni siquiera puede soñar con conquistarla. Vive, digámoslo así, sustraído del dominio de la posibilidad, del camino y de la conquista. Una imposibilidad le ata, más que a nadie, a no poder encauzar su amor. Y un amor no concretado, no posibilitado, extirpado de inicio, no puede llegar a nada.

De ahí la escultura. Eduardo introduce el arte en el colorido vecindario. Introduce la novedad, quebrando la uniformidad de las líneas y la regularidad de las formas. Esculpe los jardines, los cabellos, el hielo. Esculpe porque es capaz de habitar más acá del camino, y del tránsito. Esculpe porque es capaz de vivir la imposibilidad del amor, que ahora es ya eternamente generador, de tiempo, y de nieve.