Llevado al cine de Tim Burton, lo encontramos en el personaje de Edward (a quien debemos el título de Eduardo manostijeras) Sus tijeras delatan su naturaleza artificial, pero también la imposibilidad del abrazo ("no te puedo abrazar", le dice a la joven Kim), del compromiso y de la unión. No es que no pueda ver realizados sus sueños de conquistar a Kim, sino que ni siquiera puede soñar con conquistarla. Vive, digámoslo así, sustraído del dominio de la posibilidad, del camino y de la conquista. Una imposibilidad le ata, más que a nadie, a no poder encauzar su amor. Y un amor no concretado, no posibilitado, extirpado de inicio, no puede llegar a nada.
De ahí la escultura. Eduardo introduce el arte en el colorido vecindario. Introduce la novedad, quebrando la uniformidad de las líneas y la regularidad de las formas. Esculpe los jardines, los cabellos, el hielo. Esculpe porque es capaz de habitar más acá del camino, y del tránsito. Esculpe porque es capaz de vivir la imposibilidad del amor, que ahora es ya eternamente generador, de tiempo, y de nieve.