A diferencia de sus adversarios americanos, los rusos no detonaron ningún artefacto nuclear durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la “necesidad” de estudiar los efectos que tendrían las radiaciones relacionadas con estas explosiones sobre humanos y animales impulsaron a las autoridades de la URSS a detonar en 1954 una bomba atómica sobre 45.000 soldados propios, en la provincia soviética de Orenburg. Al menos tres aldeas cercanas - Makhovka, Olkhovka y Yelshanka- resultaron afectadas, y miles de personas murieron durante el experimento y los años siguientes.
A pesar de los terribles e inocultables resultados obtenidos por los estadounidenses cuando en 1945 bombardearon Nagasaki e Hiroshima con sendos artefactos nucleares, los militares rusos querían obtener datos que les ayudasen a comprender que tan efectivas (y nocivas) podían llegar a ser este tipo de bombas. Como ha ocurrido en diferentes países -muchas veces- a lo largo de la historia, se diseñó un experimento secreto para obtener información de primera mano, involucrando a tropas y civiles que no serían informados de los potenciales peligros de la situación que iban a vivir.