B. E. Murillo - Inmaculada Concepción de los Venerables o «de Soult», 1678.
Museo Nacional del Prado, Madrid.
Como ejemplo más determinante proponemos el saqueo de la iglesia del Hospital de la Santa Caridad cuyo programa iconográfico se desmanteló por completo eliminando las intenciones de don Miguel Mañara que venían a señalar que, para alcanzar la salvación eterna, los hermanos de esta institución habían de practicar las obras de misericordia. Cuatro de las representaciones alegóricas que simbolizan los actos de vestir al desnudo, dar posada al peregrino, redimir al cautivo y asistir a los enfermos fueron sustraídos por el Mariscal Soult para integrarse en su propia colección exhibida en su domicilio de París. Después de la muerte de Soult, sus herederos en 1852 vendieron las pinturas y hoy en día se encuentran repartidas en diversos museos del Mundo.
Estas obras en los museos donde actualmente se encuentran son admiradas como magníficas creaciones de Murillo pero al estar distantes de su lugar de origen y separadas unas de otras han perdido todo su significado y su mensaje se ha desvanecido.
Ante este bárbaro despojo la Santa Caridad ha reaccionado en el presente mandando realizar copias de los cuadros robados para, de esta manera, recuperar el mensaje original de la iglesia y restablecer así su primigenio sentido.
Esta protesta por la sustracción realizada en su día por los franceses viene a estar justificada en unos tiempos en los que los pueblos y ciudades buscan con entusiasmo los signos de identidad que tuvieron en el pasado. A Sevilla con el patrimonio artístico más abundante y selecto de España se le arrebató un preciado tesoro de centenares de pinturas que colocadas en su lugar de origen tenían una relación física y espiritual con los sentimientos, emociones, recuerdos y vivencias de sus ciudadanos.
El intolerable expolio artístico de Sevilla fue llevado a cabo por una nación que, en 1808 cuando invadió España, se decía amiga de nuestro país y que con pretextos engañosos nos ocupó engendrando una cruenta guerra que duró cuatro años y que terminó con una retirada en la que los franceses no se marcharon con las manos vacías si no que, especialmente de Madrid y Sevilla, se llevaron un copioso tesoro artístico.
Aquellos engreídos ejércitos que aparentemente traían un orden nuevo, político, social y religioso, se habían confrontado con un pueblo poseído de más primitivos pero de más nobles ideales. Nada de sus ideas dejaron aquí y, por el contrario, confiscaron parte de nuestro patrimonio histórico comportándose como vulgares depredadores de un país rico en arte y espíritu.El comportamiento del ejército francés debe de ser censurado con rigor y debe de permanecer siempre en la mente de todo español como algo ilegítimo y deshonroso.
En principio, hay que pensar que las tropas que entraron en Sevilla al mando del Mariscal Soult venían ya preparadas para efectuar el despojo artístico dado que un año antes el nefasto ministro de José Bonaparte, el afrancesado Mariano Luís de Urquijo había convencido al monarca de formar un Museo Real dedicado al gran Napoleón donde se recogieran las mejores pinturas que había en España. Lo que podría haberse considerado como una acción desafortunada e injusta terminó siendo la consagración de un latrocinio dado que los franceses al entrar en Sevilla no respetaron las normas de la capitulación efectuada entre la ciudad y el ejército invasor. Cuando una urbe capitula, ni presenta batalla ni se rinde y por lo tanto habría que respetar la vida, la hacienda y el patrimonio de los sevillanos y de sus instituciones civiles y religiosas. Toda esta rigurosa normativa de obligado cumplimiento para los invasores fue burlada por completo puesto que las tropas, aparte de exigir que se les rindiese pleitesía, amedrentaban al vecindario, allanaban moradas y ocupaban iglesias y conventos como cuarteles y caballerizas. Así se deterioraron y destruyeron bellas y antiguas parroquias como la de Santa Cruz.
Y, como colofón, el ilustre Mariscal Soult, Duque de Dalmacia, realizó un intolerable saqueo artístico en conventos, parroquias, monasterios y hermandades.
Edificios de singular belleza vieron mutilado su patrimonio al arrebatárseles sus pinturas entre las que sintieron una especial preferencia por las que eran obras de Murillo seguidas después por pinturas de Zurbarán, Herrera el Viejo, Roelas o Pacheco.
Así, edificios como Santa María la Blanca, Santa Caridad, San Francisco, San Buenaventura, Santa Isabel, Santa María de Gracia o la Catedral fueron obligados por fuerza a entregar lo mejor de sus conjuntos pictóricos a los franceses. Solo un convento, el de Capuchinos, conocedor de antemano de las intenciones depredadoras de Soult, desmontó los lienzos de Murillo que había en el Retablo Mayor de la iglesia y las capillas laterales, trasladándoles a Cádiz donde, con el mayor sigilo, se ocultaron en casas particulares, hasta que al final de la guerra regresaron a Sevilla. Esta es la causa de que actualmente en el Museo de Bellas Artes sevillano se encuentre recogida la importante colección de obras de Murillo que fue patrimonio de los capuchinos. De no haber tenido la lúcida idea de ocultar sus tesoro pictórico ante los franceses, este conjunto estaría hoy en el Museo del Louvre de París o repartido en distintas colecciones del Mundo.
La pretendida y frustrada idea de formar un Museo Napoleónico con obras pictóricas motivó por lo tanto la sustracción en Sevilla de todo tipo de pinturas que tuvieran un mediano valor. El lugar donde se recogieron estas obras fue el Real Alcázar de Sevilla donde su gobernador Eusebio Herrera, mariscal de campo del ejército francés, español que había reconocido al rey intruso, se comportó lamentablemente como cómplice del despojo artístico. Y allí al Alcázar, como evidencia el inventario publicado por Gómez Imáz, se llevaron 999 pinturas, casi mil que fueron ordenadas y clasificadas con la intención de efectuar con ellas una minuciosa selección que permitiese escoger las mejores para integrarlas en el museo de Napoleón. De ellas, las de superior calidad, unas 150, salieron en 1812 con destino a Francia donde arribaron a París, mientras que una pequeña parte se quedó en Madrid siempre a disposición del imperio francés quien no tuvo inconveniente en que Soult y otros generales y funcionarios fueran recompensados con un amplio lote de obras de pinturas que ellos mismos escogieron. En el caso de Soult, a su muerte, su amplia colección de Sevilla fue vendida en parte mientras que otras obras pasaron al Museo del Louvre.
No se quedó callado el gobierno español después de la Guerra de Independencia ante este despojo y pronto se emprendieron gestiones para que al menos alguna pintura importante se devolviese, especialmente entre las realizadas por Murillo. Así se consiguió que parte de las pinturas de Santa María la Blanca volviesen a España aunque nunca regresaron a Sevilla, ya que se quedaron en el Museo del Prado y lo mismo ocurrió con la Inmaculada de los Venerables que no fue devuelta al lugar de la que había sido robada si no que se integró en la pinacoteca madrileña. Es de señalar que Francia no devolvió gratuitamente esta Inmaculada de Murillo si no a cambio del retrato de una infanta de Velázquez que el Prado tuvo que entregar al Louvre.
Otras pinturas procedentes del saqueo sevillano fueron sacadas de la ciudad y se quedaron en Madrid a disposición de los franceses ingresando algunas en la Real Academia de San Fernando donde se incorporaron a su museo. Entre estas obras había un importante lote realizado por Murillo entre ellas la Santa Isabel de Hungría que después de la Guerra de Independencia fue reclamada insistentemente para que se devolviese a su iglesia, circunstancia que no se produjo hasta 1943.Fuente: "El expolio artístico de Sevilla durante la invasión francesa". Enrique Valdivieso. Colección: M. B. vol. XXXVII. 2009; Pagina: pp. 261-267.