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¿Tienes fuego?, me dice. Yo me anexo al club de fumadores con un Belmont en la comisura. Saco mi yesquero y veo cómo sus pupilas se contraen. Se iluminan de azul de luna. Ella disfruta esa bocanada. La suelta despacio levantando levemente sus labios. Me pregunta cómo me llamo. Le digo mi nombre. —Iván. Mi nombre es Iván. —¿Quién te invitó? —Uno de los amigos de los amigos de tu esposo. Ella sonríe. Yo sigo atacando. —Por cierto, él no sabe el tesoro que tiene contigo. Vuelve a sonreír. Su rostro ya no refleja la tristeza de hace un momento. Eres lo más bello que he visto en mucho tiempo. Marlene deja de mirar la ciudad y me abraza. Necesita un abrazo desde hace mucho. Necesita un amor desde hace mucho. Así que le digo que la amo. Aunque esa sea la primera vez que estoy con ella. Su cabeza me busca, sus labios se aproximan a los míos. Su sabor me excita y con ello mi verdadero yo toma control. Levanto su vestido violentamente. Ella sonríe sorprendida mientras deja que le haga todo…como esos hombres comunes que conoces de siempre
Un Jazz de Chucho Valdez suena al fondo. La fiesta está animada y siguen llegando extraños. Celebran el cierre de un buen negocio con los chinos. Su esposo, el patán, siempre celebra cualquier firma de contrato. Por suerte nadie sale al balcón mientras esos dos consuman su deseo. Marlene se sostiene de la baranda del balcón mientras su amante la embiste. No hay mejor venganza para aquel sinvergüenza que le monta los cuernos cada vez que quiere. Su cuerpo se balancea, la cabeza va y viene, sus ojos ven el vacío por breves instantes. Goza. Goza como nunca. Su sangre es un hervidero loco de alacranes que pican de pasión. Sus uñas arrancan los cueros de la espalda de Iván que no se inmuta. Sus ojos ya no son los mismos. Ya no dicen lo mismo. Parecen dos fríos proyectiles que se pierden en esa borrosa fotografía de la ciudad. Porque Iván ya no es Iván. Iván se ha transformado en Valdemar, el personaje perverso de sus novelas. Por eso Marlene se angustia y grita. Pero la música de la fiesta hace que sus frases salgan mudas. Valdemar mueve las caderas con más fuerza hasta el punto de la comezón en el glande. Es allí que sus manotas aprietan y rompen el cuello de Marlene como un hueso de pollo. Saca su cosa y eyacula el chorro de semen en sus manos. Luego lo limpia con un pañuelo que saca del bolsillo. Termina el champan de su copa y le pasa una servilleta al cristal. Como un infaltable detalle, su navaja entra en una cuenca y le quita uno de sus hermosos ojos aguamarina. Camina lentamente hasta la salida sin despedirse de nadie. Su apariencia es como la de esos hombres comunes que pareces conocer de siempre, pero que nunca recuerdas.Axel Blanco Castillo