Dejando de lado el cine (y aquí recuerdo una entrada de lammermor sobre cine y literatura) volvamos al cuento. La ilusión de una joven pareja por la llegada del primer hijo se vuelve un drama victoriano cuando el hijo en cuestión nace con el cuerpo y la mente de un hombre de más de setenta años. A pesar de la negación de Button padre y de todos los artilugios a los que hecha mano, no logra que Benjamin tenga la apariencia ni la mentalidad de un recién nacido. Los osos de peluche lo aburren y el cigarrillo es su mejor compañía.
Aquí comienza una historia que en lugar de avanzar retrocede, una vida vivida al revés de lo que estamos acostumbrados, comenzando –oxímoron mediante- al final.
Con un final dramático, que deja –o al menos lo hizo conmigo-con una sensación de vacío aunque uno lo conoce desde la primera palabra, Fitzgerald le da una vuelta de tuerca a la vida cotidiana, a la vida de cada uno de los mortales, mostrándonos, de una manera fantástica e irreal, un nuevo punto de vista desde donde encarar la existencia.