Revista Cine

El extraño caso de un estupendo western neozelandés: Slow West (John Maclean, 2015)

Publicado el 26 febrero 2018 por 39escalones

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Australia tiene su propia tradición western, erigida en torno a figuras como Ned Kelly, ampliamente recogida en su cine y su televisión. Más extraordinario resulta encontrar westerns coproducidos por Gran Bretaña y Nueva Zelanda, en los que los maravillosos paisajes de este último país simulen representar las inacabables praderas y las espesuras boscosas del estado de Colorado. Slow west deviene, por tanto, en proyecto insólito ya desde su concepción; también por la condición de quien lo dirige, John Maclean, músico recovertido en director de cine que debuta nada menos que con una del Oeste que no está filmada en el genuino Oeste. Finalmente, porque la película apela al universo clásico del género dotándolo de un generoso toque escocés, de referencias a los hermanos Coen en determinados aspectos humorísticos y en la conformación de ciertas situaciones, en particular, en la definición entre pintoresca y estrambótica de algunos personajes secundarios, y porque consigue elevar la originalidad del conjunto sobre la, a priori, planicie inicial del guion. Un western brevísimo (escasos ochenta minutos) que, como el buen cine, cuenta muchísimo con muy poco.

El joven e imberbe Jay (Kodi Smit-McPhee), vástago de la aristocracia escocesa, viaja desde Escocia al territorio de Colorado tras los pasos de su amada Rose Ross (Caren Pistorius), una plebeya, hija de granjeros, es decir, de clase inferior, que no responde exactamente a sus anhelos con sentimientos de la misma naturaleza e intensidad. El idealismo romántico tira de él, y se reconvierte en entusiasta exploración a la busca de la amada que conlleva la ignorancia de todos los peligros y la minimización de los riesgos. Jay se libra de una situación peliaguda gracias a la intervención del dudoso Silas (Michael Fassbender), especie de cuatrero, bandido, cazador de recompensas y antiguo atracador de bancos, todo en uno, que por cincuenta pavos se ofrece a llevarlo donde reside su querida Rose. Lo que Jay no sabe es que Rose y su padre están en busca y captura por un hecho criminal (fortuito, eso sí; de eso sabe mucho el propio Jay, ya que tiene que ver con su misma familia…), que andan tras ellos todos los cazadores de hombres del país, incluidos un pintoresco matón disfrazado de predicador y toda la vieja banda criminal a la que Silas perteneció, compuesta por tipos de lo más verborreicos y particulares. En el tránsito hacia su destino, Jay y Silas sortean peligros derivados de la presencia de estos competidores, de los ataques indios, de los pequeños buscavidas que pueblan la región y de los rigores climáticos (fríos vientos y lluvias torrenciales), mientras van a acercándose a un desenlace que, en una película construida sobre la suma de pequeños minimalismos que constrastan con la majestuosidad de los exteriores, alcanza cotas de épica y lírica de la violencia que aluden directamente a Sam Peckinpah.

Breves flashbacks que narran lo acontecido en el pasado escocés de Rose y Jay puntean una narración lineal muy sostenida, incluso morosa, que conduce pausadamente al turbulento tiroteo final. Un buen puñado de hallazgos visuales y un desenlace absolutamente inesperado pero perfectamente contado, en lo explícito y en lo implícito, subrayan la extraordinaria madurez formal de un conjunto más cerebral que apasionado, que bebe sobre todo del western de los setenta (Arthur Penn, Michael Cimino, Richard Brooks o Monte Hellman), aunque no se olvida de los Coen ni de Jim Jarmusch, pero que despunta por su originalidad dentro de un género demasiado tendente al lugar común. Tan inteligente y sombrío como salvaje e inquietante, el guion, firmado por el propio Maclean combina con destreza elementos o incluso tonos tan dispares como inesperadamente complementarios, dentro de un formato hermosamente fotografiado y adornado con una sutil carga de humor negro, no exento de crítica, en particular en lo referido al genocidio cometido contra la población nativa, y unos infrecuentes referentes culturales en un western, máxime en un western actual. Una mezcla que llega a acariciar la solemnidad de una parábola bíblica, en la que no falta uno de los tópicos esenciales del western, la fundación de una nueva comunidad humana en plena naturaleza virgen, que es tratado a la manera tradicional, la del renacimiento de las cenizas, la de un nuevo mundo levantado sobre la sangre y los huesos del viejo.

La película encuentra así, en su sencillez y su modestia, los mejores cimientos para levantarse y superarse a sí misma, y convertirse en una breve y muy estimable revisitación al género cinematográfico por excelencia, al tiempo respetuosa con su larga y rica herencia, en tanto que profundamente renovadora, joven y fresca. Nunca un héroe del western tuvo una vida tan corta e intrascendente, vivió un final tan amargo y se convirtió en algo tan grande. Una pequeña cabaña de Colorado en la que vale mucho la pena detenerse.


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