Ni siquiera ha cumplido su promesa de levantar las alfombras y denunciar las maldades y abusos del socialismo en Andalucía; ni siquiera ha desmontado por completo los chiringuitos del socialismo, muchos de los cuales siguen en pie y llenos de corruptos que ganan dinero sin aportar nada, pero los ciudadanos andaluces le valoran porque se sienten bien gobernados, porque el nuevo presidente se muestra humilde, genera confianza y no provoca rechazo.
Andalucía se ha puesto de moda por su capacidad de crear empleo, por atraer a muchas empresas y por convertirse en una de las regiones que más avanzan, junto con Madrid.
En el primer aniversario de las elecciones que le dieron la mayoría absoluta y tras haber vuelto a ganar en las elecciones municipales, Moreno advierte a su partido que debe saber gestionar su crecimiento y que también se puede morir de éxito.
Su voz es escuchada en toda España porque ya es, sin la menor duda, un teórico sucesor de Núñez Feijóo, junto con la madrileña Díaz Ayuso.
Su carrara política ha sido, junto con la de Pedro Sánchez, la más fulgurante en las últimas décadas de la política española, pero mientras que la de Sánchez declina, la suya avanza. Y Moreno Bonilla lo ha conseguido gracias a la moderación y a ser percibido por los ciudadanos como el lado opuesto del sanchismo, que gobierna crispando, enfrentando, dividiendo, con arrogancia y con métodos tiránicos.
Juanma Moreno ha sabido captar que los españoles están cansados de la violencia sanchista, que se ejerce contra todos para crispar, dividir y enaltecer a los sectores más marginados y llenos de odio de la nación, a los que ha convertido en sus clientes preferentes: antiguos etarras, independentistas, ladrones de viviendas (okupas), inmigrantes ilegales, delincuentes y, sobre todo, fanáticos y adictos a las subvenciones y al reparto del botín del poder.
Francisco Rubiales