Revista Cultura y Ocio

El fachódromo (7): La paz y la victoria / “Contubernio” de Munich / Ofensiva anglómana (Pío Moa, 1-abril-2011)

Publicado el 01 abril 2011 por Javiersoriaj

El fachódromo (7): La paz y la victoria / “Contubernio” de Munich / Ofensiva anglómana (Pío Moa, 1-abril-2011)Entra por la puerta grande en el fachódromo Pío Moa, pseudohistoriador de Libertad Digital, quien, la mayor parte de las veces, simplemente miente. En las que trata de establecer apreciaciones u opiniones, simplemente se equivoca… eso sí, voluntariamente en ambos casos, porque si no es imposible tener tal incapacidad de análisis… Eso sí, “multitud de políticos, historiadores de tres al cuarto y periodistas siguen fomentando la falsedad…”. Todos equivocados, excepto yo… qué bueno [para una visión mucho más coherente, y más trabajada, pues parte de trabajar en multitud de archivos, ver por ejemplo el reciente, y magnífico estudio de un historiador de verdad, Fernando Hernández.-  Guerra O Revolucion: El Partido Comunista De España En La Guerra Civil (Crítica, 2010)]. Hay demasiadas cosas para comentar, que no tienen desperdicio, aunque quizá “la mejor” afirmación es ésta: “La democracia empezó en España en 1976 (…) gracias a que el propio franquismo se decidió por la democracia“. No tengo palabras….

El 1 de abril de hace 72 años terminaba la guerra civil. El parte de Franco decía: En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Es, merecidamente, el parte final de guerra más famoso no solo de España, sino de Europa, por su sobriedad y ausencia de retórica o de jactancia. 

Al historiador se le presenta un problema: ¿fue derrotado el ejército rojo, o el ejército republicano? O sea, ¿venció Franco a la revolución o a la democracia? La cuestión está resuelta hace mucho tiempo, y creo, modestamente, haber contribuido de forma destacada a ello: Franco venció –y solo él pudo hacerlo—a la revolución, precisamente al proceso revolucionario que había acabado con la república. Como señalaron Besteiro, Marañón y otros, la pesadilla revolucionaria se habría instalado ciertamente en España sin el alzamiento y victoria de los nacionales.

Ello no obsta para que multitud de políticos, historiadores de tres al cuarto y periodistas sigan fomentando la falsedad interesada creada sobre todo por la propaganda de  la Comintern: la democracia la habrían representado los comunistas, los marxistas del PSOE, los anarquistas, los separatistas-golpistas secesionistas y los republicanos de izquierda, también golpistas, bajo la batuta de Stalin. La mentira más grotesca, el “Himalaya de mentiras” de que hablaba Besteiro, ha vuelto a convertirse en lo normal en amplios sectores y medios actuales. Pero, aunque sea ingrato, la verdad ha de ser defendida, pues de ello depende nuestra libertad.

Significativamente, la contienda terminó en medio de otra guerra entre las izquierdas, un hecho que las retrata: tan aficionadas eran a la guerra civil. Y aún después, aprovechando el fin de la guerra mundial, intentaron reavivar el conflicto fratricida por medio del maquis, que tanto elogian los insensatos irreconciliables, los cuales también incluyen entre las “víctimas del franquismo” a los etarras dedicados a asesinar desde 1968.

Otra tontería de curso corriente pretende que “no vino la paz, sino la victoria”. Vinieron las dos cosas: la victoria nacional aseguró una paz que todavía dura, aparte de librarnos de entrar en otra guerra, la mundial, que habría sido mucho más devastadora.

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Leo en un artículo de Eduardo Goligorsky un elogio de la reunión de Munich patrocinada por la CIA en 1962, y por la que se molestó mucho, innecesariamente, el régimen de Franco. No me parece tan elogiable, empezando por la pretenciosa tontería con que Salvador de Madariaga clausuró  el acto: “La guerra civil terminó en Munich anteayer, 6 de junio de 1962”. No. Como dije antes, terminó el 1 de abril de 1939, y lo hizo gracias al esfuerzo y sacrificio de los nacionales, no de quienes, presentándose como “tercera España” no solo fueron totalmente incapaces de impedir el proceso revolucionario, sino que involuntariamente, por error producto de la demagogia o de la frivolidad, habían contribuido a él. Y a última hora se creían con derecho a coronarse con unos laureles que en ningún momento se habían ganado. Madariaga fue un liberal, pero también un ideólogo de la democracia orgánica (como el socialista  Fernando de los Ríos y otros próceres de la Institución Libre de Enseñanza).

A la altura de 1962, aquellos intelectuales y políticos no representaban nada en España. Representaban mucho menos que el PCE, y aunque se oponían a este, habrían sido fácilmente desbordados por él y por la misma demagogia o frivolidad característica en ellos: creían que para justificarse debían mostrarse por lo menos tan antifranquistas como el PCE. Pero para constituir una alternativa democrática no basta proclamar la fe en libertades y elecciones. Hace falta un análisis ajustado de la realidad y una efectiva influencia política, y los de Múnich no tenían ninguna de las dos cosas. Venía a ser aquello un nuevo Pacto de San Sebastián sin haber aprendido nada de él.

No. La democracia empezó en España en 1976, tras el referéndum de la reforma y en condiciones muchísimo mejores que las de 1962, gracias a que el propio franquismo se decidió por la democracia. Y aún así fue preciso vencer la demagogia izquierdista y separatista de la “ruptura”, añorante de la legitimidad del Frente Popular. Y aún así hemos tenido la plaga del terrorismo, del separatismo rampante, de la corrupción, del ataque a Montesquieu, etc. que están convirtiendo nuestra democracia en una caricatura. Lo único que podría esperarse de aquellos personajes de Múnich era una nueva aventura sumamente peligrosa, basada en una retórica irreal y un tanto cantamañanesca. Decía Vernon Walters que Franco distaba mucho del estereotipo de los  “españoles excitables y gárrulos” como solía considerárseles en el norte de Europa. Estereotipo falso, pero no sin algo de verdad. Y al que, me temo, sí respondían bastante los de Munich.  

****Una manifestación de la decadencia  española está en la incapacidad para valorar  el pasado. Otra en creer que la esencia de España ha sido la evangelización, puro integrismo especialmente irrisorio (España siguió evangelizando en plena decadencia, y los países evangelizados no son, como la propia España, modelos de nada desde hace siglos). Otra, en la idea absurda de que España “debía” haber tenido otra historia que la que tuvo,  y que la historia real fue un error, tesis orteguiana realmente pueril. O en creer que  la importancia del país solo puede medirse por su influencia político-militar.

En este último sentido, España tiene poco que hacer. Nuestro único enemigo potencial capaz de una agresión es Marruecos, y frente a él no es preciso un gigantesco despliegue militar: solo el necesario para asegurar nuestra defensa y garantizar a las otras grandes potencias que no habrá problemas en la zona, para que no se entrometan demasiado. A Usa, a la misma Francia o a Inglaterra, les interesa ante todo que una zona estratégica tan importante como la Península Ibérica y el estrecho, esté tranquila y solidaria con los intereses básicos de Occidente. Con una España errática y débil eso no será posible, y por consiguiente tenderán a entrometerse, porque sus intereses también se verán afectados por nuestra inestabilidad.

Suecia y, sobre todo,  Suiza deberían ser nuestros modelos en política exterior y militar: independencia real, nula agresividad y capacidad efectiva de disuasión frente a posibles agresores o intentos de desestabilización. Nuestros esfuerzos deben ir más bien hacia el terreno cultural, en el que sí podríamos –en principio– volver a ser una gran potencia.

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Ofensiva anglómana. Los useños no son “excitables y gárrulos” como suelen ser los hispanos. Al revés que los españoles, saben defender sus intereses. Así, el NYT critica a los españoles porque “no hablan inglés”, con lo cual, según dicen, no pueden trabajar fuera. Por lo visto, el ideal de los españoles es trabajar fuera –en países anglófonos, se sobreentiende–, y no encontrar trabajo dentro. “Vergüenza para los españoles”, viene a decir ese periódico, tradicionalmente antiespañol. Quiere transmitir la idea de que la prosperidad, el progreso y demás, exigen el inglés. Intentan imponer el mensaje por todos los medios, sin encontrar réplica en una sociedad envilecida. El botellonero asiente a esa  propaganda, el ignorante de la telebasura, lo mismo, y no menos el empresario o el universitario medio o el periodista, aunque apenas sepan chapurrrear inglés, no digamos si lo hablan algo bien.

Hace poco oí por radio la propaganda de una señora Marta Galea, que lleva un negocio de viajes o estudios en el extranjero. La buena señora hacía propaganda de su negocio, cosa natural. Publicidad engañosa, algo menos natural, en la línea habitual de servilismo y desprecio de la propia cultura. Criticaba el hecho de que España fuera el país de Europa donde menos gente habla inglés, al revés que una modélica Suecia, donde el 90% de la gente sí lo habla. Lo cual, sugería, nos condena al atraso. La realidad es que en Grecia, por poner otro ejemplo, muchísima gente habla inglés bastante bien y no sale de la pobreza. Y los mismo ocurre en Portugal, tradicional satélite de Gran Bretaña por otra parte. Y que Suecia u Holanda no tienen más remedio que hacer sus negocios en inglés, porque sus idiomas los habla muy poca gente. La idea clave es que para cualquier objetivo importante, el español sobra o no es necesario, mientras que el inglés es imprescindible.

 Pero España, sin saber inglés ni “estar en Europa” como se decía entonces, logró durante quince años crecer mucho más aprisa que cualquier otro país europeo, un ritmo de desarrollo que no volvió a alcanzar cuando “entró en Europa”, como no alcanzó durante varios decenios el grado de convergencia con los países ricos europeos, que en 1975 llegaba al 80%. Para el español de a pie, el inglés es perfectamente innecesario (excepto para estropear su propio idioma), siendo necesario en cambio para ciertos estudios y negocios especializados donde no existan traducciones. 

Obviamente, saber idiomas siempre es interesante, pero el problema del inglés no es ese: es el de una auténtica invasión colonizadora que “gibraltariza” a todo el país y desplaza nuestro idioma y cultura a todos los niveles, sobre todo en el plano de la cultura superior, dentro de nuestro propio país. Una invasión esterilizante y un problema incomparablemente más grave que las patochadas de los nacionalistas regionales. Y que, no por casualidad, va ligada al envilecimiento y chabacanización profundos de la cultura española actual.


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