La seguridad absoluta, simplemente no existe.
Nos ha golpeado estos días la terrible tragedia del tren ALVIA, en las cercanías de Santiago de Compostela. Casi ochenta fallecidos, y más de cien heridos, algunos de ellos todavía hoy, varios días después, en estado crítico.
Por primera vez se ha visto un vídeo del accidente, tomado por una de las cámaras de seguridad del recorrido. Sólo dura algo más de diez segundos, y se ha pasado por todas las televisiones, y está disponible, por supuesto, en Internet. Viéndolo, la conclusión es clara. Dos segundos antes de la desgracia, el ambiente olía muy mal, y se anticipaba la tragedia. Parece evidente que una de las causas principales del descarrilamiento es la velocidad excesiva (muy excesiva, diría yo, casi 2,5 veces la permitida en ese tramo).
Las diversas investigaciones en curso deberán determinar las causas de esa velocidad excesiva, y conviene no arrojar responsabilidades sobre nadie, antes de que se llegue a conclusiones incontrovertibles.
Veintiún años después de la inauguración de la primera línea del AVE Madrid-Sevilla (1992), no había habido ningún incidente con víctimas en este servicio puntero de Alta Velocidad. Millones de viajeros han recorrido el país sin novedad, utilizando este medio que es muy rápido, eficiente y muy cómodo.
De ninguna forma debemos echar ni la más mínima sombra sobre el ferrocarril, ya que es uno de los medios de transporte más seguros que existe, y a las estadísticas me remito.
Sin embargo, repito, la seguridad absoluta no existe.
En el automóvil, la responsabilidad de lo que suceda recae casi íntegramente en el conductor. Poca tecnología de ayuda a la conducción existe, si exceptuamos el GPS o las cámaras traseras `para aparcar con más seguridad. Hay otros factores que intervienen en la seguridad de la conducción, como el estado de las carreteras o el tiempo meteorológico, pero es responsabilidad del conductor tenerlos en cuenta, para adecuar su conducción al entorno.
En los aviones, existe el piloto automático, que sabe realizar las tareas rutinarias durante el trayecto de crucero. Pero siguen existiendo los pilotos, que tienen la responsabilidad de tomar ciertas decisiones, especialmente en situaciones críticas, y asumen el mando en las operaciones más arriesgadas, como el despegue y el aterrizaje.
En el ferrocarril, especialmente, en la alta Velocidad, existe tecnología instalada que facilita y ayuda al trabajo de pilotar el tren. Pero no sustituye a los maquinistas, que siguen ocupando su lugar a la cabecera del tren, porque son necesarios para llevar a los pasajeros sanos y salvos a su destino. Sólo en algunos recorridos relativamente cortos y perfectamente delimitados, la tecnología es capaz por sí sola de llevar los convoyes, como en algunas líneas de ferrocarril metropolitano (la línea 14 del Metro, o el Orlyval y el CDGVal en París, o el DLR en Londres). Esos trenes circulan sin conductor físico.
Si los maquinistas o los pilotos fueran innecesarios, ya habrían dejado vacío su lugar, pues ello representaría un ahorro importante al que ninguna empresa se resistiría.
Sin embargo, por ejemplo, en los aviones, a veces la pericia (o su ausencia) de los pilotos genera la diferencia entre un incidente engorroso con su correspondiente susto, y una tragedia.
En algún momento, siempre chocamos con el factor humano. Con alguien que se distrae pensando en sus cosas, o que siente excitación por sobrepasar los límites, o que desfallece, o a quien le entran tentaciones suicidas. Si nos gobernara por completo la tecnología, o las máquinas, ¿qué sucedería con un pantallazo azul o con un crash por stack overflow?. En cierto modo, la tecnología también tiene sentimientos.
Pero, de todas formas, y hasta que se concluyan las investigaciones en curso, no debemos echar las culpas del accidente de Santiago al maquinista. Sin duda, tiene una parte de la responsabilidad, pero hay que determinar si todas las tecnologías disponibles funcionaron como debían. Y tampoco, por supuesto, a ADIF o al Ministerio de Fomento, porque en ese tramo de vía no esté instalada la tecnología más puntera y avanzada (y también más cara). Cientos ( o miles) de trenes han circulado por ese tramo sin ningún incidente. Y lo del miércoles fue un desgraciado accidente, una tragedia, que ya resulta irreversible para todos los fallecidos, y para los heridos que sufran lesiones irreversibles. Pero la vida continúa, y seguiremos viajando en los ferrocarriles de Alta Velocidad con total confianza, en la seguridad de que, quien corresponda, sabrá obtener alguna lección de esa desgracia, para mejorar la capacidad de evitar su repetición en el futuro.
En cualquier caso, insisto, la seguridad absoluta no existe. Quien no quiera asumir riesgos, no tiene lugar en este mundo. Porque, hasta si decide, en su irrefrenable temor, no salir de casa para no enfrentarse a los riesgos que tiene el mundo exterior, un patinazo en la ducha le puede desnucar.
La vida, sin duda, es la capacidad que debemos tener para gestionar los riesgos.
JMBA