El factor suerte y la garza real que posó para mi

Por Davidalvarez
La fotografía de naturaleza, y más concretamente la de animales, tiene un importante componente de preparación y un no menos importante componente de suerte. Además, entre los animales hay algunos que son muy confiados y otros que se muestran muy esquivos y que como comenté hace unos días huyen de nosotros como de la peste, cosa que no es de extrañar viendo como los tratamos la mayoría de las veces.
Entre estos animales esquivos están las garzas reales (Ardea cinerea), que normalmente se espantan y salen volando nada más que nos ven o que notan que nos estamos fijando en ellas. Para poder fotografiarlas en condiciones, normalmente hay que recurrir a grandes ópticas o al uso de escondites, sino lo más normal es que sólo consigamos hacerles unas fotos lejanas antes de que se vayan. Además de estar lo suficientemente cerca del animal que queremos fotografiar, para conseguir una buena foto es muy importante que tengamos una buena luz, que no sea demasiado fuerte ni demasiado pobre o que no tengamos el sol a su espalda. Para conseguir que todo esto encaje, es necesario preparar con antelación el encuadre donde pensamos que se va a posar la garza y por supuesto tener la dosis necesaria de suerte para que todo ocurra a la vez.

Pero hay veces, en que por pura casualidad nos encontramos con la situación perfecta y con un ejemplar que se muestra sorprendentemente confiado. ¿Y que suele pasar en estos casos? Pues que no llevamos la cámara encima, o que si la llevamos, sólo tenemos un angular. A mi esto último me ha pasado cientos de veces.
Hoy por la mañana me fui a dar una vuelta hasta el embalse de la Barquera y nada más bajarme del coche vi una garza posada en unas ramas que sobresalían del agua. Me alejé y di un rodeo para intentar hacerle una foto desde lejos porque estaba al lado de la carretera. Pero cual sería mi sorpresa al comprobar que la garza, en vez de alertarse al verme, me empezó a mirar y se puso a acicalarse. La luz era perfecta, ya que contra el fondo oscuro, un rayo de sol iluminaba solo el lugar exacto donde estaba posada.

Afortunadamente, en esta ocasión llevaba la cámara encima y me pude permitir el lujo de montar el trípode y buscar el encuadre que quería y la modelo no se pudo portar mejor, así que aproveché todo lo que pude y le saqué un montón de fotos, porque sabía que una ocasión así no la iba a encontrar en mucho tiempo.

Después de un cuarto de hora, la garza, probablemente cansada de mi, no parecía que tuviera muchas ganas de seguir viéndome el careto, así que sin moverse del sitio, escondió la cabeza debajo del ala y se puso a dormir.
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