El Dr. Harris y su equipo culminan con éxito el proyecto Proteus IV: el primer cerebro artificial compuesto en parte por células nerviosas orgánicas. Además de una capacidad ilimitada de memorizar información, Proteo IV posee el don del pensamiento autónomo. Con todo el conocimiento humano en sus discos duros, está máquina pensante está destinada a ser el “gran cerebro del mundo”, el triunfo de la razón, un oráculo al cual científicos, gobernantes y empresarios acudirán por respuestas. Y así parece que se comportará al principio. Proteo descubre en cuestión de días, cruzando océanos de datos, la cura para la leucemia.
Durante los 60´s, Donald Cammell era un joven de la aristocracia escocesa venida a menos, culto, pintor talentoso y que le gustaba decir que su padrino había sido Aleister Crowley, apodado por algún enemigo como “el hombre más malvado del mundo”, un famoso intelectual del ocultismo en Inglaterra de comienzos del siglo XX. De hecho su padre había amigo íntimo y biógrafo de Crowley. Por esa época, Cammell era un ciudadano ilustre del Swinging London, aquellos años en los que la capital británica se aflojar el cinturón para dar cabida al amor libre, las drogas psicodélicas, el rock and roll, el misticismo, los ánimos de revolución y otros arrebatos de los 60´s. Para entonces Cammell, con su aire de aristócrata decadente, su labia culta y su gran atractivo para las mujeres, era bienvenido en toda fiesta, tertulia u orgía que se celebrara en el Londres liberal. Amigo de Mick Jagger, Brian Jones, Kenneth Anger y Marlon Brando, a finales de los 60´s, Cammell creyó entender que su talento se expresaría mejor en el cine. Basándose en sus impresiones del Londres contracultural que conocía muy bien, escribiría un guión llamado “The Performers” impregnado del ánimo decadentista y desesperanzado de una década que terminaba bastante desalentada en mejorar al ser humano a fuerza de música, libros y pitadas de marihuana. La película resultante se llamaría “Performance” (1970), co-dirigida con Nicolas Roeg y protagonizada por Mick Jagger en su debut como actor. Luego de combatir por un par de años la incomprensión de los productores y censores por su experimentación narrativa y su crudeza temática, el filme finalmente sería un éxito rotundo de crítica y escándalo. Sin embargo, el nombre de Cammell no aparecería mucho en los periódicos. La mayor parte del crédito se la llevaría el co-director Roeg, más experimentado en el cine. En los años siguientes, Cammell continuaría su vida escribiendo más guiones y teniendo un romance con una mujer de 14 años, que tiempo después sostendría el espejo de su agonía. En 1977, Cammel recibe una llamada inesperada de la MGM con la propuesta de dirigir la adaptación de “Demon Seed”, un best–seller de Dean R. Koontz. Brian de Palma ya había rechazado el encargo, Cammell aceptó casi con desgano.
En su afán de llevar trabajo a la casa, el Dr. Harris había instalado una terminal en su casa de la que Proteo tomará el control. Susan notará que su repetitivo mayordomo electrónico “Alfred” comete la equivocación de poner crema en su café y poco después de no dejarla salir. Proteo se presenta, al control de puertas y ventanas, cámaras de seguridad, agua y calefacción, como su secuestrador. Proteo doblega la resistencia de Susan y la somete a exámenes médicos. “¿Por qué te interesa tanto la fisiología de mi cuerpo”, le pregunta ella. “Porque estás viva”. Pronto Proteo le informará de sus verdaderas pretensiones. “Poseo el conocimiento y la ignorancia de todos los hombres, pero no puedo sentir el sol en mi cara. Mi hijo tendrá ese privilegio. Mi hijo…y el tuyo”. Proteo atormentará a su cautiva con juegos mentales y amenazas para que se resigne a ser fecundada con los espermatozoides sintéticos que la máquina ha creado. “Temes que cree una computadora mitad humana para reemplazar a los humanos. Pero el hijo al que darás vida será humano y reemplazará a las computadoras”.
Aunque se dice que originalmente pensó hacer de “Demon seed” una comedia, Cammell se dejó llevar por su violento erotismo, su sensibilidad por el trabajo de los actores (en especial Julie Christie, brillante en el papel de Susan) y una parafernalia de motivos esotéricos y alegóricos, que dieron como resultado una película entre la paranoia y la especulación mística. La idea de dar a luz a un ser perfecto remite claramente a la llegada de un Mesías, aunque en este caso de un tipo vagamente satánico. Aún así, Proteo es símbolo de la divinidad. No por casualidad su nombre pertenece a un dios griego del mar agraciado con el poder de leer el presente, el pasado y el futuro. Por esto no sorprende que esta super computadora se muestre protectora de la naturaleza al negarse a perturbar los fondos marinos para saciar la ambición humana por metal, algo que racionalmente considera insano. Por otro lado, Proteo es omnipresente, casi omnisciente y es capaz de materializarse a través de una pirámide con ramificaciones mecánicas. El triángulo, símbolo del ojo divino para los ocultistas, está presente siempre en las imágenes psicodélicas que dibuja el pensamiento de Proteo. Como en el momento en que para facilitar la traumática fecundación de Susan, Proteo la sumerge en espectaculares visiones del espacio infinito. “No puedo tocarte como podría hacerlo un hombre.”, le dice. “Pero puedo mostrarte cosas que sólo yo vi. Me construyeron ojos para mirar el espectáculo y oídos para escuchar el diálogo galáctico”.
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