Nos consiguieron una cita. Llegamos, el primero en atendernos fue el periodista que nos miró con cierto rechazo y llegó lo temido, nos dijo sin rodeos que perdíamos el tiempo.
Ella estaba sentada en un sillón antiguo con cretonas gastado; delicada y casi etérea, la miré a los ojos y con ese azul infinito pronunció, "me gustan".
Él con el rostro duro intentó dominarla y ella con un gesto con la mano nos pidió que nos acercáramos.
No podía abandonar la mirada. Con una voz culta, modulada y acento extranjero, preguntó, ¿La aman?
Desde el primer instante y cada día, respondió Let.
Lo sé, contestó, los he visto a escondidas. Cuánto quieren pagar.
No lo sabemos porque solo tenemos lo poco que hemos podido ahorrar del trabajo.
El periodista estaba neurótico.
Y ella continuó: Es la primera casa donde viví aquí con quien hui, humilde y hermoso, con el que pude conocer el amor y la honestidad. No pudimos tener hijos pero cada uno le iba dando la vida al otro.
Cuando murió, todo mi mundo se hundió, si no estaba él, la casa no tenía sentido y la cerré, la dejé ahí como se guardan las memorias en un cofre.
Pausa...
Voy a avisar a mi administrador para arreglar la venta. Cuánto pueden pagar cada mes.
Los pocos ahorros y el sueldo, menos lo que comamos.
Trato hecho, eso será durante dos años pero vamos a hacer la escritura por si me llegara a pasar algo, dijo segura con una sonrisa tan hermosa como su mirada.
Desde ese día, volvimos a darle vida a nuestra casa de ensueño. Y por las noches, mientras se deslizaba entre los árboles una canción de amor antigua, hacíamos el amor, nos dábamos a la vida y a los sueños que se conviertieron en hogar.
Sin temor a los ruidos, a Bach y a los suaves llantos en la noche, unos más triste que otros.
Continúa...