El fascismo del siglo XXI

Por Beatriz
En el Perú faltan pocas semanas para elegir a la persona que tendrá el futuro de nuestra patria en sus manos.  Humala ha dicho, entre varias cosas, que estaría a favor de legalizar el aborto (como Dilma Rouseff de Brasil).  Los católicos no podemos votar al candidato que legalizaría el aborto porque significa convertirnos en cómplices del asesinato de bebés.  El voto en blanco sólo favorece al candidato que legalizaría el aborto, así que no nos queda otra opción que votar por Keiko, quien ha ofrecido no legalizar el aborto y gobernar correctamente porque quiere que sus hijas se sientan orgullosas de ella, para que no sufran, como ella  ha sufrido, el estigma de los errores de su padre, es decir, quiere reivindicar el apellido Fujimori.  Y yo le creo. 
Recomiendo otro artículo del mismo autor: Lecciones de las elecciones peruanas
Y otro artículo publicado en The Wall Street Journal en español: La amenaza izquierdista a la prosperidad peruana de Mary Anastasia O'Grady, un problema que se puede sintetizar en una frase del brasileño Valter Pomar: "En muchos países no conseguimos aún vencer: es el caso de Colombia, México y por supuesto Perú. Si en estos tres países, que son tan importantes, no hay gobiernos de izquierda, o progresistas o nacionalistas, no se hará un cambio completo"
Como están las cosas no me considero ni de derecha ni de izquierda,  por supuesto estoy en contra de cualquier forma de totalitarismo o violencia política, venga de quien venga, y más aun cuando es un lobo disfrazado de cordero.
------------------------------------------------
autor: Juan Claudio Lechín
Tomado de: http://juanclaudiolechin.blogspot.com/2011/05/el-fascismo-del-siglo-xxi.html
El término “fascismo” se banalilzó al convertirse en insulto. Cualquier violencia política es fascista. La banalización benefició a los verdaderos fascistas. Hanna Harendt la loca aseguró que nazismo y comunismo eran lo mismo. Nadie la escuchó. Y la astuta Unión Soviética, al triunfar en la guerra, aprovechó para deslindar aguas. Muchos politólogos se tragaron esta gambeta y proclamaron la revolución rusa y sus derivadas, china y cubana, como himnos enaltecedores del género humano.
En mi ensayo Las máscaras del fascismo vuelvo a indagar la naturaleza del fascismo, pues considero que estamos sufriendo un mal, sin estar alertados por el pensamiento europeo que solemos importar. El fascismo emerge cuando hay una fuerte descomposición del sistema de partidos políticos, durante el desgaste de un liberalismo preliminar o liberalismo retoño: el cual arrastra todavía obstáculos pasados como el caudillismo, corrupción, centralismo político y administrativo, ausencia de democracias partidarias y un pueblo no incorporado plenamente a la modernidad, entre otros aspectos.
Durante esta crisis, aparece el fascismo encabezado por un caudillo redentor y una fe ideológica, enmendadores de todos los males, a desmontar el sistema. Detalle más, detalle menos, fueron los casos de Hitler, Mussolini y Franco y también de Castro, Chávez y Morales.
Apenas el fascismo sube al gobierno comienza el desmontaje. Penetra al ejército, la policía y servicios de inteligencia, para controlarlos férreamente; luego desarmará las instituciones liberales, las libertades de opinión, prensa, sindical y política; y paulatinamente concentrará los poderes independientes: judicial, parlamentario, electoral y regional. Gradualmente, avanzara hasta conseguir no una utopía social sino el poder absoluto para entronizar al caudillo plebeyo. El sistema que engendra el fascismo es una monarquía plebeya absolutista.
Sus instrumentos legitimadores son la propaganda, elecciones y referéndums y el pueblo movilizado, al cuál transformarán de ciudadano en grupo de choque y, finalmente, en pueblo-siervo. La propaganda generará la fe y el culto al caudillo.
Hábilmente, el fascismo capta, como banderas propias, a los deseos, anhelos y traumas de la sociedad a la que va a victimar. Por eso, no es de izquierda ni de derecha, como se asegura sino que es un modelo pragmático para la toma del poder absoluto; donde el término “pragmático” significa que harán lo que sea para concentrarlo: seducir o asesinar, nacionalizar o privatizar, racismo ario o indigenista, movimientos sociales o fascios, aristócratas o revolucionarios. Invariablemente fabrican un hereje-enemigo, judío o burgués, criatura maléfica que justifique su violenta cruzada.
El error es creerles anticipadamente, como a Castro cuando dijo en la Sierra Maestra que llamaría a elecciones democráticas, cuando Chávez aseguró que no se reelegiría, no tocaría la propiedad privada ni la autonomía universitaria y cuando Morales afirmó que respetaría la libertades públicas y la independencia del poder electoral. Las consecuencias de estas ingenuidades las lamentan los pueblos, sin cesar. Aún así, muchos siguen considerándolos “de izquierda” y no versiones aggiornadas del horror europeo.
Las sociedades desprevenidas no creen ser la próxima víctima y desentenderse puede ser fatal. Ya lo dijeron los griegos cuatro mil años atrás: “Aquél que se quiere perder, los dioses lo ciegan antes”.