Cada vez que escucho a María Dolores de Cospedal se me revuelve el estómago. Esta señora parece creer que como diputada puede decir lo que le venga en gana, sin medir siquiera las consecuencias de sus palabras. Es curioso que sea precisamente ella la que se llene la boca con la igualdad, la división de poderes o la democracia. Los que no perdemos la memoria simplemente con girar la cabeza hacia otro lado todavía recordamos la campaña de desprestigio orquestada por este partido contra jueces, policías y miembros del gobierno en los meses posteriores a los atentados del 11-M. También recordamos los actos de apoyo al "tío Paco", por delante, por detrás y por donde hiciese falta, ante las informaciones que lo involucraban en el mayor caso de corrupción política que ha vivido nuestra joven y tan vilipendiada democracia. Y tampoco olvidamos cómo esta señora, desde la playa, ante los medios, y sin el menor atisbo de vergüenza en su rostro, lanzaba, una vez más y sin una sola prueba, la acusación de las escuchas ilegales a su partido, el mismo que se niega a condenar el franquismo, el mismo que jalea a esos que con el brazo en alto, quieren sentar en el banquillo a un juez porque algunos le han pedido investigar los crímenes cometidos durante la dictadura, esa época en la que unos cuantos vivían plácidamente. Revuelve el estómago que esta señora, desde su fascismo enmascarado de derecha moderada, se atreva a acusar a otros de poner en peligro la democracia. Si se ilegaliza a partidos por no condenar la violencia, ¿cómo es posible que siga legalizado, y con aspiraciones a gobernar un país democrático, un partido que con su actitud no solo parece justificar, sino incluso hasta a añorar, cuarenta años llenos de crímenes amparados por la represión dictatorial?
Cada vez que escucho a María Dolores de Cospedal se me revuelve el estómago. Esta señora parece creer que como diputada puede decir lo que le venga en gana, sin medir siquiera las consecuencias de sus palabras. Es curioso que sea precisamente ella la que se llene la boca con la igualdad, la división de poderes o la democracia. Los que no perdemos la memoria simplemente con girar la cabeza hacia otro lado todavía recordamos la campaña de desprestigio orquestada por este partido contra jueces, policías y miembros del gobierno en los meses posteriores a los atentados del 11-M. También recordamos los actos de apoyo al "tío Paco", por delante, por detrás y por donde hiciese falta, ante las informaciones que lo involucraban en el mayor caso de corrupción política que ha vivido nuestra joven y tan vilipendiada democracia. Y tampoco olvidamos cómo esta señora, desde la playa, ante los medios, y sin el menor atisbo de vergüenza en su rostro, lanzaba, una vez más y sin una sola prueba, la acusación de las escuchas ilegales a su partido, el mismo que se niega a condenar el franquismo, el mismo que jalea a esos que con el brazo en alto, quieren sentar en el banquillo a un juez porque algunos le han pedido investigar los crímenes cometidos durante la dictadura, esa época en la que unos cuantos vivían plácidamente. Revuelve el estómago que esta señora, desde su fascismo enmascarado de derecha moderada, se atreva a acusar a otros de poner en peligro la democracia. Si se ilegaliza a partidos por no condenar la violencia, ¿cómo es posible que siga legalizado, y con aspiraciones a gobernar un país democrático, un partido que con su actitud no solo parece justificar, sino incluso hasta a añorar, cuarenta años llenos de crímenes amparados por la represión dictatorial?