El fatídico momento de ir a dormir

Por Sandra @sandraferrerv
¿Quién no ha oído hablar de los famosos métodos para enseñar a dormir a los niños? Que si el método Estivill, que si el método de Carlos González, y un sinfín de títulos publicados con el fin de intentar dar un rayo de luz y esperanza a los fatigados padres que llevan unos cuantos meses durmiendo, con un poco de suerte, unas pocas horas.
No voy a explicar aquí las maravillas de unos o los defectos de otros; porque ahí no radica el éxito de conseguir que tu hijo duerma tranquilo y feliz durante toda una larga noche. Lo que os voy a explicar es lo que hice yo. Porque creo que me ha funcionado.
Por supuesto hay que conocer estos métodos. Todos los profesionales del tema, incluso madres que se han lanzado a escribir sus propias experiencias (vease el caso de Elisabeth Pantley) nos dan unas pautas unidas a unos razonamientos que nos pueden servir como punto de partida. Una vez que leí a diferentes autores con posturas incluso opuestas intenté aplicar unas u otras primero a mi hijo mayor. La cosa fue un fiasco, vamos a ser sinceros. ¿Y por qué? Muy sencillo, porque lo primero que tenía que haber hecho no era decidir el método y aplicarlo, sino observar primero cómo era mi hijo y después escoger qué pasos seguir. ¿Verdad que no todo el mundo duerme las mismas horas, ni se duerme del mismo modo? Pues los niños, por supuesto tampoco. Resultó que lo que mi hijo mayor necesitaba era que yo estuviera a su lado una larga y pesada hora, seamos sinceros, antes de quedarse bien frito. Cuando me di cuenta que pagar esa hora a cambio de una noche de tranquilidad, la cosa empezó a ir de perlas.
Cuando llegó mi niña pequeña, decidí que iba a hacer exactamente lo mismo, actuar según su manera de hacer. Y resulta que le doy un ratito, corto, el pecho, la dejo en la cuna, remuga un poquito, le acaricio la cabeza y se queda dormida hasta la mañana siguiente.
Podría decir que con uno he utilizado un método y con la otra otro, por eso digo que me sirvió leer distintas opciones.
Otra de las cosas a tener en cuenta cuando educamos a nuestros hijos en el dormir es que no hacen lo mismo con seis meses que con dos años. Tenemos que tener un espíritu del cambio constante en sus rutinas. Aunque siempre son las mismas, hay pequeñas variaciones que a veces nos pueden fastidiar. “Con lo bien que ha dormido estos últimos meses y ahora va y se despierta cada día a las doce corriendo a nuestra cama”. Sí, esas cosas pasan. Pero seguramente de aquí a dos meses más lo dejará de hacer y querrá dormir sólo con su querido osito.