“El feminismo occidental es liberal, individualista” Antropóloga y activista feminista en Chiapas

Publicado el 13 noviembre 2012 por Daniela @lasdiosas


Académica y activista, Mercedes Olivera es pionera en la antropología feminista mexicana. Desde los años setenta trabaja por los derechos de las mujeres en Chiapas.
¿Cómo ha evolucionado la situación de las mujer indígena en la historia de México?
Con la colonia se agudiza la opresión y la desigualdad. Y, por el proceso mismo de cómo se construye la cultura indígena, la subordinación de las mujeres se incrusta, se asume como parte de la etnicidad. En el siglo XIX todavía se profundiza más porque las leyes marcan la famosa igualdad para todos los mexicanos, pero la condición para ser ciudadanos era saber leer y tener propiedades. Y los indígenas no sabían leer ni tenían propiedades.
“El feminismo indígena no se desliga del movimiento social. El principal problema que tienen las indígenas es el hambre, y vemos que esa pobreza es parte de la subordinación de género, de clase, de etnia, juntas, que no se pueden separar. Necesitamos articular nuestras luchas, pero la relación entre indígenas y no indígenas es muy difícil”
Estas formas culturales que legitiman la desigualdad y la convierten en un rasgo étnico se conservan hasta muy tarde. Yo trabajé aquí en los sesenta y entonces todavía las mujeres, la mayor parte monolingües, no podían hablar con gente de fuera. En algunos grupos no podían alzar la cabeza para ver a los hombres. Las mujeres no podían heredar la tierra y su propio cuerpo era vendido con el casamiento. La opresión de género y la opresión económica de clase estaban íntimamente relacionadas. ¿Cómo afecta la entrada de las comunidades en el sistema de mercado?
En los años setenta y ochenta se produce la monetarización de la economía indígena, se cambia la producción para adaptarla a la venta… Esa relación con el Estado a través del mercado, que se da de forma subordinada, por supuesto, hace que la política indigenista penetre en las comunidades. A través de la escuela penetra la cultura occidental, que no es una forma de liberación de las mujeres, aunque sí un espacio en donde las mujeres tienen posibilidad de conocer otra cultura… y de tener un poco más de información.
De esta forma se sientan las bases para el resquebrajamiento de las estructuras comunitarias que controlan la continuidad de la opresión de las mujeres.
Pero a la vez la incorporación al mercado permite que los hombres acumulen mayor poder. La diferencia entre los que tienen dinero y las mujeres, que no tienen, profundiza la subordinación, cualitativamente. Hace que las mujeres dependan muchísimo más de los hombres. Antes de que hubiera una dominación del mercado en las comunidades, la necesidad de colaboración era mucho más fuerte. Es el cambio cultural de los hombres hacia la occidentalización, incluyendo el concepto de sentirse machos. El machismo de Occidente tiene formas muy especiales, es muy violento… Ésta es la forma que predomina en las comunidades antes de 1994, cuando se da el levantamiento zapatista.
¿Qué diferencias encuentras entre el feminismo de corte más occidental, eurocéntrico, y el feminismo indígena?
En nuestro país, el feminismo indígena no se desliga del movimiento social. El principal problema que tienen las mujeres indígenas es el hambre, y vemos que esa pobreza es parte de la subordinación de género, de clase, de etnia, juntas, que no se pueden separar. Las reivindicaciones entorno al cuerpo, al placer, a la realización personal están muy lejos. El feminismo occidental es liberal, individualista, allí tenemos una contradicción muy grande. Las comunidades indígenas siguen funcionando como colectivos. Los planteamientos y reivindicaciones de unos y otros son totalmente diferentes. Necesitamos articular nuestras luchas, pero no hemos encontrado las formas. La relación entre indígenas y no indígenas es muy difícil, en el trasfondo hay un racismo, queramos o no queramos. Incluso de ambos lados.
¿Por qué es tan novedoso el zapatismo?
Es la primera vez que hay una oposición política con una lógica de emancipación y de liberación desde los indígenas, y para toda la sociedad además. Y sobre principios muy novedosos que en la izquierda no manejábamos. El mandar obedeciendo es un principio fundamental… Y muy difícil de cumplir. La izquierda tradicional es excluyente y permite la acumulación de poder.
En la época que va desde 1994 a 2002 el zapatismo parecía quedarse a nivel del discurso, porque en las propias comunidades, sobre todo en el caso de las mujeres, había mucha desigualdad. Si toda la sociedad es sexista, ¿por magia iban a ser los zapatistas diferentes? Era una época muy difícil: el gobierno coopta a muchas de las bases que eran zapatistas, es un momento de guerra, hubo violaciones de mujeres, abusos, raptos…
“Después de 2003 volvimos a dar talleres de género en uno de los caracoles. La mayor parte eran hombres, vimos el género desde su masculinidad. Después me dijeron: “Mercedes, ya entendimos, y aceptamos quelos hombres somos los machos y hemos dominado… Pero ¿dentro del marxismo en dónde metemos esto?”. “En todo”, les respondí”
En el 2002, 2003 se hace un análisis de todos estos problemas. Un comunicado del EZLN señalaba tres problemas fundamentales en el desarrollo del proyecto: uno era el mandar obedeciendo, que no había cuajado; otro era que el poder militar estaba impuesto sobre el poder civil; y el otro era que las mujeres no participaban, a pesar de que existía esa posibilidad.
Se hacen estrategias para resolver estos problemas. Para mí son una de las enseñanzas políticas más importantes, porque aún sacrificando la extensión de sus bases, consolidan el proyecto político, hacia dentro. Y les permite establecer sus propias estructuras. Eso y la organización de mujeres son elementos fundamentales para la concreción de su proyecto político.
¿Cómo cambia la estrategia en relación con la participación de las mujeres?
Antes de 2003 ellos planteaban que no era necesario trabajar específicamente con las mujeres, había que trabajar con las comunidades. Eso impedía que las mujeres pudieran realmente pasar de una subordinación tradicional de siglos a una participación política.
Después de 2003 volvimos a dar talleres en uno de los caracoles. Ellos querían saber qué era eso del género y cómo se comía. La mayor parte eran hombres, vimos el género desde los hombres, desde su propia intimidad, su propia masculinidad… Una vez que aceptan su posición de poder, es más fácil que entiendan toda la dinámica.
Después de muchos días me dijeron: “Mercedes, ya entendimos eso del género, y aceptamos que sí, que los hombres somos los machos y hemos dominado… Pero ¿dentro del marxismo en dónde metemos esto?”. “En todo”, les respondí. Y se quedaron paralizados. “¿Y cómo?”. Empezamos a trabajar desde el enfoque de clases cómo ir ubicando la discriminación y la desigualdad hacia las mujeres.
¿Cómo ha influido el zapatismo en México y en el mundo?
El zapatismo renovó las esperanzas y las posibilidades de cambio social y político porque las izquierdas estábamos ya decepcionadas de los diferentes caminos seguidos, y los fracasos obtenidos. Por ejemplo, las guerras en Centroamérica, que costaron muchas vidas, muchos sacrificios y que no llegaron a nada. Se rompieron en algunas partes las estructuras militares, pero las estructuras capitalistas de poder continuaron.
En la primera convención en 1994, llegamos mucha gente, todos con el afán de apoyar a los zapatistas. El discurso de Marcos empezó diciendo “no queremos apoyos, no necesitamos apoyos, necesitamos que cada quien haga su propia revolución, su propia estructura, sus propias organizaciones y que paralelamente vayamos todos juntos en este camino”. Es interesante este rompimiento del verticalismo. No es que tú me vienes a ayudar y yo decido en qué me ayudas y cómo… es adquirir el compromiso de involucrarte dentro de tu propio proceso.
¿Cuáles son los principales logros del proyecto zapatista?
El principal logro es haber persistido, a pesar de la guerra, las oposiciones, las críticas, el aislamiento… El haber creado sus propias estructuras y con ellas demostrar la posibilidad de otras formas de vida y de relacionarse, como el planteamiento en la participación de mujeres y hombres. Y la estructura de educación. Con nuestro pensamiento ortodoxo decíamos “pero no están dando formación política, ¿dónde están sus cuadros?”. Es una cosa totalmente diferente al sistema escolar occidental y es realmente el eje de la vida política que realizan, el eje del funcionamiento de las comunidades y el eje de las transformaciones.
Por Emma Gascó Fuente: Pikara Magazine