Este año, aparte de los nuevos trabajos de Ken Follet y los epígonos cultivadores de la tan en boga actualmente novela histórica, ha surgido un nuevo fenómeno literario integrado por una trilogía de gruesos volúmenes que son ofertados en una caja o por separado. El primero de ellos, como suele ocurrir con los comienzos de una saga o trilogía, ha hechizado a cientos de miles de lectores por su irresistible magia (y no hablamos de un nuevo alumno de Hogwarts). Más que eso, me atrevo a decir morbo.
Porque me estoy refiriendo a un género de ficción que nunca antes como hasta ahora está sembrando tanto éxito en las librerías españolas, que ha revolucionado las listas de ventas y que se convierte en una opción de regalo para ávidas lectoras de novela, pues especialmente para público femenino está escrita 50 Sombras de Grey, ejemplo paradigmático de novela erótica moderna debida a una escritora británica que, como tantos otros, ha salido del anonimato más absoluto: E. L. James. A pesar de que en este año la revista Time la incluyó en su lista anual de "Las 100 personas más influyentes del mundo", podría haber competido perfectamente con Joanna K. Rowling en impopularidad cuando ésta redactaba el primer tomo de su niño mago en un exprés de camino a casa.
Este libro está llegando a producir tal furor en algunas lectoras, que, como he llegado a leer en ciertos foros, la vida de mujeres solteras o casadas aburridas de su rutinaria vida sentimental está sufriendo repentinamente un cambio espectacular: se ha encendido de nuevo la deliciosa chispa con el efecto Grey, o al contrario, se divorcian porque en sus camas brilla por su ausencia el subidón de libido que hallan en las páginas de estos libros. Pero para entender de qué estamos hablando para todo el que lo ignore: ¿qué demonios es eso a lo que yo llamo el efecto o fenómeno Grey?
Para empezar hay que realizar un retrato etopéyico del personaje en cuestión, protagonista de la trilogía: Christian Grey, un joven treintañero, apuesto y multimillonario, hombre de negocios, seductor, gerente de una empresa comercial de éxito, calculador, obsesionado con el control absoluto de todas las cosas y con una concepción personal de la práctica sexual que sobrepasa ampliamente la perversión, pues estamos hablando de un gran amante y cultivador del sadomasoquismo y la dominación sexual de sus parejas. Si a estos ingredientes se le une Anastasia Steele, una bella y tímida joven recién salida de la universidad que por efectos del destino debe desplazarse a las modernas oficinas de Grey para realizarle una entrevista periodística en persona, el cóctel molotov hormonal está servido.
A partir de esa en apariencia inocente entrevista, Grey será capaz a través de encuentros entre él y Anastasia, de ir conquistando a la joven desde todos los planos: el físico, el intelectual, comportamiento, hábitos de vida, formas y maneras, etc. Y será la propia Steele la que se verá casi sin proponérselo atraída por los encantos y arrastrada por la voluntad de un personaje con múltiples aristas, imprevisible, cautivador, oculto, misterioso, una clase de hombre que nunca antes había conocido.
Si sólo fuera esto lo que yo denomino "efecto literario Grey", la novela quizá se hubiera quedado muerta de risa en el último rincón de un estante de una librería y no habría calado tanto en el público, pues novelas sentimentales desconocidas de este cariz pueden existir a puñados, pero se dan cita una serie de elementos literarios que la hacen especialmente atractiva para un determinado público: las escenas de sexo explícito, que abarcan quizá tres cuartas partes del primer libro, son narradas con sutileza y profusión de detalles, sin caer por lo general en un lenguaje burdo, pornográfico y vulgar, pero al mismo tiempo muy apasionado y ardiente. A ello se suma el estilo de narración en primera persona: la propia Steele conduce toda su historia personal, incluyendo el cúmulo de sensaciones que ella experimenta como inexperta en la práctica sexual (pues, para más Inri, antes de encontrarse con Grey, es virgen), lo que da a la novela unos pluses añadidos de morbosidad y provocación evidentes, a pesar de que le han sido achacadas semejanzas con la saga de Crepúsculo, ya que la autora aprovechó el tirón de la saga vampiresca.
El hecho de que el personaje de Grey en su relación con Steele vaya experimentando una evolución interna en su mentalidad sexual (el depravado amante de los Salones del Dolor va descubriendo un amor verdadero que nunca poseyó) le sirve también a la escritora para que los tres libros puedan ser apreciados en su conjunto como novela amorosa o romántica, no netamente erótica. El lector asiste así a la narración de una relación amorosa continuada de una pareja a través de sus vidas cotidianas extraídas de la realidad actual. ¿Fórmula ya inventada por otros? Muy probable, pero en este caso está marcando huella.
Pero el éxito de esta saga de novelas eróticas no sólo radica en su adictivo tratamiento literario, caracterizado por un estilo que permite el consumo rápido y masivo, algo consustancial a toda novela comercial. También está siendo un factor muy decisivo y esencial en su éxito el boca a boca, lo que ha permitido que se difunda el conocimiento de estos libros entre una gran masa de lectores y su consiguiente aceptación en el actual mercado editorial, un sector algo tocado en cuanto a ventas, y que ve asegurado por un tiempo sus ganancias comerciales. Al menos entre mujeres curiosas con algo que llevarse a las manos.
Ignoro si a partir de ahora 50 Sombras de Grey hará despegar el algo minoritario género literario de la novela erótica, ayudando a comercializar masivamente este tipo de obras (ya hubieran querido tenerlo tan fácil en su época los clásicos del género, como el Marqués de Sade, D. H. Lawrence, o hasta Nabokov con su novela maldita Lolita). De hecho ya han salido imitadoras de esta posmoderna corriente novelesca, como por ejemplo Sylvia Day. Lo que sí está claro es que la señora James está empezando a hacerse de oro, contando además con que la adaptación de su primera novela está muy próxima a estrenarse en la gran pantalla, a pesar de que existen ciertas controversias acerca de si el tratamiento cinematográfico sería pornográfico o no.
Hasta tal punto se ha implantado el efecto Grey, que otros autores han aprovechado la estela comercial para lanzar ensayos o manuales sobre los modelos de prácticas sexuales que se dan cita en las novelas de James. Y no sólo eso, como marketing asociado a las novelas, las propias librerías o centros comerciales están ofertando cajas con algunos de los supuestos juguetes eróticos de Ana y Christian "para compartir en pareja". Todo sea por hacer feliz al personal esta Navidad.