El fenómeno religioso en la droga. " Los nuevos poseídos" - Jacques Ellul .

Publicado el 07 diciembre 2016 por Matapuces

Desde luego, no se puede ignorar, en este renacimiento de lo religioso, los fenómenos hippies. ¿Renacimiento? ¿O descubrimiento explosivo y visible de un recorrido oscuro? Los fenómenos hippies no son un brusco florecimiento. Por lo menos, desde 1930, asistimos a movimientos juveniles que denotan los mismos rasgos; pero el hippismo, con sus diversas formas, lleva al extremo todas las tendencias religiosas. No se trata, por supuesto, de describir aquí el fenómeno hippie, sino de recordar ciertos aspectos religiosos.
El rechazo de toda racionalidad para sumirse en una experiencia espiritual inmediata, la búsqueda de la comunidad, la fraternidad, el ideal de comunión y no-violencia, la puesta en práctica de la voluntad con objeto de cambiar la vida partiendo de una concepción espiritual del hombre, el retorno a la naturaleza y a la vida “natural”, el rechazo del oficio esclavizador y de cuanto envilece al hombre, el rechazo de una vida sin sentido, limitada al confort y al consumo…, ¿cómo negar que lo expuesto emana de una actitud religiosa? Tanto más cuando ésta se manifiesta de forma explicita, pues en muchas ocasiones los hippies llevan emblemas religiosos (muchos lucen cruces al cuello) y adhieren expresamente a una tendencia religiosa clásica: el budismo Zen.
Se puede seguramente afirmar que los hippies “completos” no son tan numerosos y que una golondrina no hace verano. Ello es verdad, pero son muchos los jóvenes de Occidente que se dejan ganar en todo o en parte por el ideal de vida hippy. Aquí también nos hallamos en presencia de un hecho específicamente religioso. En el centro un reducido número de creyentes imitativos, adoptando ritos, sin saber mucho más, que imitan tipos de vida, y recitan fórmulas; ahora bien: tal es, exactamente, lo que presenciamos con los hippies. Los innumerables (¿30% de la juventud occidental?) cabellos largos, fumadores de H, los escapistas, los objetores de conciencia de la sociedad, son los fieles infieles de esta religión ( orientándose en esta via por necesidad religiosa).
Pero este fenómeno hippie no puede ser disociado de la droga y de la música pop. Por cierto, sé que muchos hippies no se drogan: o, más bien, que no se drogan “más”. Todos han experimentado la droga; los mejores la abandonan cuando descubren una expresión religiosa más elevada y no necesitan ya de ese medio: porque la droga es ante todo una experiencia religiosa. Se pueden buscar cien explicaciones, existen, por supuesto , motivaciones diversas, pero el centro del problema es la necesidad religiosa.
En una sociedad que ya no ofrece solución alguna a la búsqueda colectiva de un sentido, que es opresiva y tecnificada, en la que se persigue el misterio y lo irracional, la droga es el gran medio para alcanzar una comunión humana, comunión que se ha vuelto imposible por la agitación, la técnica y la información. Es una experiencia irracional, una posibilidad de meditación y evasión. Tal es el secreto esencial de la difusión de la droga.
Lo demás es, otra derivación de esta necesidad, ora secundario. Los especialistas encargados del estudio de la droga distinguen todos, entre muchos factores, la necesidad religiosa -alcance del éxtasis, búsqueda de la comunión, acceso al mundo del más allá, etcétera. Los dos factores principales son los siguientes: por un lado, para ciertos drogadictos (marihuana), se trata del elemento comulgatorio: no se fuma a solas, el hecho de que el cigarrillo pase de mano en mano es más importante que la propia droga y provoca “el efecto” deseado con dosis ínfimas cuando el factor comulgatorio desempeña una función en el grupo. Pero, por otra parte, la droga es creadora de estados y de experiencias comparables a los que describen los místicos -paraísos artificiales, éxtasis, visiones, confusión de los sentidos, músicas inauditas…, vocabulario religioso. Pero no hay que menospreciar un tercer factor: la secta. Los drogadictos constituyen una secta cuyos miembros disponen de signos de reconocimiento y son profundamente solidarios. Viven en un mundo “sano” en relación al de los no iniciados, a quienes se desprecia.
Lo droga alcanza, en esos niveles, fenómenos totalmente semejantes a los fenómenos religiosos clásicos, pero la difusión de la droga expresa la necesidad de vivir esas experiencias: es el sustituto de una falla religiosa de nuestra sociedad o por lo menos de un comportamiento religioso satisfactorio, muy poderoso y unánime. En la misma línea encontramos las concentraciones de jóvenes: los festivales “pop”: se trata del paroxismo místico y del ritualismo colectivo a la vez.
Las concentraciones de Monterrey, de la Isla de Wight, de Amougies, de Woodstock, son exactamente el equivalente de las fiestas religiosas orgiásticas, - la música “pop” tiene tal fuerza que evoca el subconsciente y crea lo religioso. Una vez más, el atractivo “Música-Droga-Estar juntos” actúa en la medida en que hay una proyección más elevada y una necesidad fundamental: huir de un mundo material, monetario, bajo, abrumado de preocupaciones cotidianas, y de eficiencias para acceder al mundo de la gratuito, de la gracia, de la libertad, del amor, de la despreocupación… o sea precisamente lo que todas las religiones del mundo siempre han hecho en todas las sociedades , al mismo tiempo que, para cada cual, se trata de obtener la superación de si mismo.