El ferrocarril subterráneo - Colson Whitehead

Publicado el 22 febrero 2021 por Elpajaroverde
"La mayoría de la gente cree que es solo una expresión [...]. El ferrocarril subterráneo".

La mayoría de la gente cree que el ferrocarril subterráneo es solo una expresión. Sin embargo, existió de verdad. Existieron estaciones, jefes de estación, maquinistas. Existieron rutas sobre la superficie, pero, tan secretas y ocultas, que tal parecía que, efectivamente, los viajeros transitaran por vías subterráneas.

El Ferrocarril subterráneo era una expresión, concedo. Era también, sin embargo, mucho más que eso. Era el nombre que aglutinaba el código con el que se designaba cada uno de los cometidos que llevaban a cargo los miembros de una organización clandestina que operó en los Estados Unidos en el siglo XIX. Dicha organización ayudaba a huir hacia los estados del norte o Canadá a los esclavos afroamericanos que escapaban de las plantaciones del sur. Una auténtica senda de la libertad, por tanto. Aunque senda de la libertad era también como llamaban, eufemísticamente, los blancos que se negaban a cambiar el sistema a la senda que regaban con la sangre de los cadáveres de los esclavos que habían conseguido escapar pero eran capturados. Para ellos "la raza negra no existía salvo al final de una soga". No había para esos blancos nada más peligroso que un esclavo que consiguiera huir. Era como una manzana podrida en el cesto de fruta que eran sus propiedades humanas de su plantación. Una sola manzana podre podía inocular el veneno que es la lucha por la libertad al resto del cesto. Porque las manzanas del cesto eran ya muy numerosas. Porque el dueño del cesto temía la rebelión de las manzanas.

"Los cadáveres colgaban de los árboles como adornos en descomposición. Algunos estaban desnudos, otros parcialmente vestidos, con los pantalones manchados donde habían vaciado las tripas al partírseles el cuello. Repulsivos cortes y heridas marcaban la carne de los más próximos, el par que iluminaba el farol del jefe de estación. A uno lo habían castrado, una boca horrible se abría ahora donde en otro tiempo tuviera la hombría. El otro era una mujer. Con el vientre hinchado. A Cora nunca se le había dado bien discernir si una mujer estaba preñada. Los ojos saltones de los cadáveres parecían reprenderlos por mirar, pero ¿qué eran las atenciones de una chica perturbando su descanso comparadas con cómo los había maltratado el mundo desde el día mismo de su llegada?

-Ahora lo llaman la Senda de la Libertad -explicó Martin mientras volvía a cubrir la carga-. Los cadáveres llegan hasta el pueblo.

¿En qué clase de infierno la había dejado el tren?"

El infierno en el que Cora se apea de ese tren es un estado del sur de los Estados Unidos. Cora pronto descubrirá que la libertad hay que conquistarla, así como que, más allá de la plantación en la que siempre ha vivido, existen más Hobs, tal y como se llama la cabaña que en esa plantación habitaba. Respecto a la libertad, pronto se dará cuenta de que "era una cosa que iba cambiando según la mirabas, igual que el bosque de cerca está repleto de árboles pero desde fuera, desde la pradera, muestra sus límites de verdad. Ser libre no tenía nada que ver con las cadenas ni el espacio que tuvieras".

Y es que Cora nació y se crio, como acabo de comentar, en el espacio abierto que es una plantación, pero conoció desde siempre los grilletes y cadenas de la esclavitud. No así su abuela, que llegó como carga en un barco desde África a América. La madre de Cora, sin embargo, ya nació esclava.

La madre de Cora fue una de esas manzanas podridas que, de un día a otro, y sin despedirse siquiera de su hija, abandonó el cesto de la plantación. Tal vez fuera ese abandono uno de los motivos por los que Cora, desde siempre, se sintiera "una descarriada de arriba abajo, tan lejos del buen camino que parecía que se hubiera fugado hacía ya mucho tiempo". "Una descarriada no solo en el sentido de la plantación -huérfana, sin nadie que la cuidara-, sino en todas las demás esferas. En alguna parte, hacía años, se había desviado del camino de la vida y no podía encontrar la manera de volver con la familia de la gente".

Ajena a la familia de la plantación la deben de sentir el resto de esclavos, pues la envían a vivir a esa cabaña de Hob. Hob es algo así como el exilio de los desgraciados, de aquellos a los que se les ha nublado el juicio, de los que por explotación o castigo quedan inhabilitados física o mentalmente.

Lo que Caesar, otro esclavo de la plantación, debe de percibir en Cora, en cambio, es el desarraigo de la ya fugada. Debe de notar en ella que de la familia que lleva tiempo fuera es de la familia de la gente esclava. Es por ello por lo que Caesar la invita a fugarse con él. Y aunque Cora en un principio responde negativamente, la descarriada que es sabe muy bien el carro (en este caso el tren) que la ha de llevar lejos de ese lugar que no es el suyo.

Caesar tiene un contacto con el ferrocarril subterráneo. Solo que, ese ferrocarril subterráneo que Caesar y Cora tomarán, traquetea sobre auténticas vías y marcha a través de auténticos túneles. En esta novela que toma su título del nombre de la organización clandestina, Colson Whitehead convierte lo simbólico en real.

"Si queréis saber de qué va este país, siempre digo lo mismo, tenéis que viajar en tren. Mirad afuera mientras avanzáis a toda velocidad y descubriréis el verdadero rostro de América".

Estas son las palabras que les dicen a Caesar y Cora cuando toman el primer tren hacia su libertad. La muchacha llegará a pensar que en realidad "nadie quería hablar de cómo funcionaba de verdad el mundo. Ni nadie quería oírlo. [...] La verdad era el escaparate cambiante de una tienda, que unas manos manipulaban cuando no mirabas, seductor e incluso inalcanzable". Aun así, Cora recordará esas palabras en varias ocasiones. Se acordará, pues, en sus huidas, de mirar al exterior por la ventanilla. La visión negra que le responde le parecerá una broma macabra del destino. Cora no ha conocido mundo más allá de la plantación. Ignora aún que Estados Unidos, así como su historia, es un país forjado a base de negros sucesos y que alimenta constantemente su tonalidad oscura.

"Cuerpos robados trabajando tierra robada. He aquí el motor que nunca paraba, alimentada su ávida caldera con sangre".

Los Estados Unidos de América es ese país que mata indios y esclaviza negros. El que roba tierra a los que estaban antes y roba gente de otras tierras para trabajar aquella de la que se ha apropiado. Es ese país al que llegan oleadas de inmigrantes irlandeses a sustituir la mano de obra negra en los estados en los que se ha abolido la esclavitud porque la agricultura ha sido sustituida por la industria. Ese país al que llegarán nuevas oleadas de inmigrantes "huyendo de un país distinto pero no menos mísero, y el proceso volvería a empezar. La máquina resoplaba y gruñía y seguía girando. Solo habían cambiado el combustible que movía los pistones".

"En América lo raro era que las personas eran cosas".

Los Estados Unidos de América es también el país de la Declaración de Independencia, esa que dice que todos los hombres son creados iguales. En la plantación en la que Cora creció había un esclavo que recitaba de memoria la Declaración. Le había enseñado un amo anterior como quien enseña a hablar a un loro para entretener a las visitas. Cora crece, pues, escuchando el runrún de esa Declaración de Independencia. Pero, como alguien le dirá más tarde, una vez fugada, "la Declaración es como un mapa. Confías en que es correcto, pero solo lo sabes si sales a comprobarlo".

Cuando Cora sale a comprobarlo concluye lo que ya intuía desde siempre: "La esclavitud es pecado cuando unce el yugo al blanco, pero no cuando somete al africano. Todos los hombres son creados iguales, a menos que decidamos que no eres un hombre".

Cuando Cora sale a recorrer ese otro mapa que es la ruta que sigue el ferrocarril subterráneo comprobará también el peligro que es caer en las trampas de la falsa libertad. El negro, cuando huye, deja de ser mercancía para convertirse en ganado. Cambia las cadenas por el redil. Deja de ser explotado para ser domesticado.

Cuando un esclavo huía se exponía a no conseguirlo. A ser capturado y enviado de vuelta a sus amos. A sufrir un brutal y ejemplarizante castigo para disuadir al resto de esclavos de seguir sus pasos. Se exponía a que lo mataran o a sentirse responsable de la muerte de aquellos que lo ayudaban en su huida en caso de que los descubrieran, pues "escapar suponía una transgresión tan enorme que el castigo abarcaba a todas las almas generosas que había encontrado en su breve visita a la libertad". Sin embargo, a pesar de todo esto, los esclavos (no uno, ni dos, ni cientos, sino miles) se arriesgaban a embarcarse en ese ferrocarril subterráneo que existió en la realidad y que no iba sobre raíles. No escapaban por estar hartos de castigos, exhaustos de trabajar de sol a sol. No eran el látigo ni la incapacidad de decidir sobre sus propias vidas los causantes de sus miedos. El mayor miedo para un esclavo, tal y como se cuenta en el documental sobre William Still, conocido como el padre del Ferrocarril subterráneo, y que podéis visionar aquí, era una subasta de esclavos. Eso era lo que les producía auténtico pavor. En una subasta de esclavos era en donde podía decidirse, de manera totalmente arbitraria, la separación de una familia. La subasta, pues, era el auténtico azote para un esclavo. También era justo el azote que algunos necesitaban para emprender la huida en busca de la libertad propia y la de los suyos.

"Porque eso es lo que haces cuando le quitas sus bebés a alguien: le robas el futuro. Tortúralos cuanto puedas mientras estén en esta tierra, luego quítales la esperanza de que algún día su gente lo tendrá mejor".

En los diferentes estados en los que estaciona el tren en el que viaja Cora, esta tendrá ocasión de vivir y contemplar diferentes formas de opresión. Algunas más rudas, pero también directas. Otras son sutiles, sibilinas, torticeras, disfrazadas de amabilidad y buena intención. Personalmente, las segundas, por traicioneras, son las que más me indignan. Tienen algo de subasta de esclavos inesperada que se lleva a cabo sin anunciar y en un decorado engañoso. Son como una alternativa oculta de robar el futuro. Y estoy casi segura de que todo cuanto nos cuenta Colson Whitehead al respecto tiene su sustrato real. Me hubiera gustado saber cuánto hay en ello de ficción pero me he quedado con las ganas.

El ferrocarril subterráneo me ha gustado. Por momentos, incluso me ha gustado mucho. No ha llegado a entusiasmarme, sin embargo. Lo que sí ha llegado a fascinarme es la historia del verdadero Ferrocarril subterráneo, sobre la cual he estado indagando por mi cuenta. Curiosamente, lo que Colson Whitehead nos cuenta en su novela, no es la historia de ese ferrocarril velado; lo que Whitehead nos cuenta, y además lo hace muy bien, es la historia de cómo el país que atravesaba ese ferrocarril se construyó como nación. En mi opinión el autor supedita demasiado la historia de Cora a esa otra historia, la pone en exceso a su servicio. Creo que es por eso por lo que no puedo mostrarme entusiasta en demasía respecto a esta lectura. Sin embargo, es de esas novelas que crecen tras su lectura. El ferrocarril crece y su locomotora avanza y avanza, abre túneles en mi mente y esos túneles a punto están de rozar la zona de mi cerebro reservada al entusiasmo.

Mis sentimientos respecto a esta obra del escritor neoyorkino, como veis, son un poco contradictorios, pero no tanto como contradictorio es el país que la inspira. Un país que, como se dice en esta novela, es una nación que "está fundada en el asesinato, el robo y la crueldad". Un país en el que también existió "el túnel, las vías, las almas desesperadas que buscaban la salvación coordinando estaciones y horarios: he aquí una maravilla de la que enorgullecerse".

Las almas desesperadas que buscaban la salvación eran negras. Entre las que coordinaban estaciones y horarios, también las había blancas. Y es que la grandeza de Estados Unidos reside en la diversidad de procedencias de los estadounidenses. Para desteñir de negro su historia supongo que solo tendría que considerarlos a todos ciudadanos de pleno derecho. Algo en lo que no creo que ningún país esté en disposición de dar lecciones, al igual que, también pienso, desde ninguna ventanilla de tren que recorriera cualquier nación podría observarse un pasado inmaculado. Tampoco es menos cierto que todas ellas tienen su propio ferrocarril subterráneo del que enorgullecerse.

"Soy lo que los botánicos llaman un híbrido -dijo la primera vez que Cora lo escuchó hablar-. Una mezcla de dos familias diferentes. En las flores, es un invento bonito de ver. Cuando la misma amalgama adopta su forma en carne y hueso, algunos se ofenden mucho. En esta sala la reconocemos por lo que es: una nueva belleza que ha llegado a este mundo y florece por todas partes".

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