Al principio, los zamuros comían del muerto bailando y en grupo. Eran hermanos compartiendo el condumio.
Pero el cadáver empezó a menguar. Cada vez había menos carroña.
Empezaron a mirar feo al “hermano” que al lado hincaba su pico. Aleteaban disimuladamente para espantar al compañero. El baile se fue tornando en saltos violentos.
Cuando ya no quedaba muerto suficiente, se empezaron a atacar unos a otros. Se clavaban las garras, se picoteaban los lomos, se sacaban los ojos de un picotazo.
Hasta que quedó un solo zamuro como rey, junto a un puñado de huesos renegridos y brillantes.
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