El festival de Yulin: masacre anual de perros en China

Publicado el 22 junio 2015 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Hoy no consigo quitarme el nudo de la garganta. Mientras, la prensa española e internacional ha dedicado centenares de páginas a presentar el festival de Yulin, en la región de Zhuang de Guangxi. Con el solsticio de verano, miles y miles de perros mueren y son devorados al sureste del país; algo que también ocurre en Vietnam y Corea del Norte de forma más frecuente aún.

Entre el sacrificio sistemático de todos estos animales, surgen por todos lados voces críticas sobre el especismo, sobre el especismo dentro del especismo (o la mayor consideración moral por perros y gatos que por cerdos o gallinas) y sobre la ética, el salvajismo, el consumo de carne y la tradición frente a la armonía, sea bajo la palabra toros, el Grindadráp danés, el Bariyarpur nepalí o el festival de Yulin.

¿Está bien matar por sistema y está mal hacerlo durante una celebración? ¿Está mal de cualquier modo? ¿Es correcto torturar y asesinar a unas especies para el consumo y respetar a otras como mascota? ¿Dónde empieza y donde termina esa fina línea entre la supervivencia y la brutalidad?

De ese charco de sangre que un acertado Paco Catalán dibujaba en acuarela emergen muchas opiniones, pero pocas acciones por y para el cambio. Solo una mujer ha invertido mil euros (7.000 yuanes) en salvar de la cazuela a un centenar de perros que vuelven de su particular viaje por el noveno círculo como compañeros inseparables de los verdaderos pecadores.

Mucho más cerca de nosotros, y mucho más lejos de los gritos de todos estos animales, Xelmo camina renqueante, y en adopción, sobre sus patas delanteras. Si nadie se interesa por él, será sacrificado en el plazo de una semana.

Xelmo trabajó o hubiese trabajado para la ONCE como perro guía. Fue seleccionado, acogido por una familia y, según algunas opiniones, guía de un ciego o, según otras, descartado para los entrenamientos de dieciocho meses, y mantenido con la familia que había cuidado de él durante el primer año de vida.

Ahora está paralizado debido a una enfermedad y se mueve con la ayuda de una silla de ruedas adaptada. La ONCE no lo quiere, la familia que lo tenía, tampoco (o no quiere hacer los sacrificios suficientes para que siga formando parte de ellos) y Xelmo puede morir, o puede vivir, según tenga la suerte de que alguien bueno aparezca en su camino.

Solo es un caso más. Otro más. Uno de esos que aparece en redes sociales y busca esa extraña (y tan necesaria) necesidad de remover consciencias y llevar a la acción; yo solo digo que no nos quedemos allí. La inacción es lo que hace que Xelmo deba ser sacrificado, que festivales basados en la muerte pervivan y que muchos nos levantemos y nos acostemos con ese nudo en la garganta que amenaza con no irse jamás.

Perros listos para ser comidos, decía la nota al pie de la primera de las noticias que he leído; sé que no iban por ahí los tiros, pero por un momento he pensado que no debían ser tan listos. Aunque quizá sí eran muy listos, quizá tras todo lo que habían visto, tanto de acción de unos como de inacción de otros, prefirieron ser nada en el estómago a ser ese animal que ya no era y que quizá nunca había sido.