Después de leer Las venas abiertas de América Latina, este acto va a parecerme, cosa que ya resultaba difícil, más patético. Aunque entiendo que quien jalea a Hitler y a Franco sea coherente y se muestre satisfecho sobre todo lo que representó ese 12 de octubre de 1492. El inicio del saqueo y el genocidio de todo un continente en nombre, inicialmente, de progreso o de aventura o de religión o de cultura, pero con un resultado obviamente económico. No es que yo no supiera ya algunas de las cosas que muestra ese libro. Pero el aluvión de datos y de citas y de hechos y cifras que este libro recoge es, sin duda alguna, tan abrumador y tan definitivamente convincente que resulta un tanto reiterativo. Reiteración completamente legítima: tanto tesón con el que fuimos educados los de mi generación sobre la necesidad de los pueblos indios de ser evangelizados y civilizados y adiestrados en su integración en el proceso productivo, tanto tesón con el que se nos impuso esa realidad distorsionada, debe ser compensado y parece que Galeano sólo confíe en el aluvión de datos y la repetición de consignas para neutralizarlo.
Como europeo y como persona administrativamente perteneciente al estado español, me avergüenza formar parte, aun tanto tiempo más tarde, del mecanismo que pulverizó razas, lenguajes y culturas en nombre de tan dudosas consignas. Galeano no me ha convertido: Galeano me ha aportado los datos que corroboraban lo que tanto me temía. Que el expolio fue profundo y deliberado y planificado hasta el punto, prácticamente, de eternizarlo. Que, lejos del arrepentimiento, toda esa patraña de la madre patria y el idioma común es sólo un pretexto más para justificar lo injustificable, pues nada hay más injustificable que tanta matanza y tanta miseria impuesta en nombre del derecho del conquista.
Puede que Galeano sea lo que a veces parece: un intelectual narcisista (dios, como posa en ciertas fotos) algo cargante en su discurso, algo repetitivo en su planteamiento. Y que este libro adquiera muchas veces las trazas del libro de texto que nunca dejarían que fuese, demasiado estadístico, demasiado academicista y demasiado dogmático. Pero estoy de acuerdo con Horacio: un libro así, en el momento que se publicó (1970, con montones de dictaduras en la zona, en el momento, y montones más por delante en el tiempo), no sólo era necesario: también era valiente y arriesgado. En nombre de la verdad o por cuestión de egolatría. Da igual. No eran personas valientes, lo que sobraba, entonces.