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La escenografía de su narración filosófica, digamos más exactamente de su «relato de iniciación», está constituida básicamente por dos islas, En una de ellas, el autor coloca una sociedad humana con sus leyes y sus convenciones; en la otra, un solitario, un hombre que ha alcanzado la plena madurez espiritual sin la ayuda de ningún maestro humano y al margen de toda relación social. Los hombres que integran la sociedad existente en la primera isla viven bajo la constricción de una Ley completamente exterior a ellos y de una religión cuyo modo de expresión se mantiene en el nivel del mundo sensible. Dos hombres, sin embargo, se distinguen del conjunto; sus nombres son Salâmân y Absâl (de acuerdo con la mayoría de los manuscritos y según la propia referencia de Ibn Tofayl, preferimos conservar la forma auténtica Absâl y no la forma mutilada Asál). Estos dos hombres se han elevado a un nivel de conciencia superior a la media. Salâmân, espíritu práctico y «social», se adapta a la religión popular y se las arregla para gobernar al pueblo. Pero Absâl, naturaleza contemplativa y mística, no puede adaptarse (encontramos aquí la reminiscencia del relato aviceniano). Exilado en su propio país, Absâl decide emigrar a la isla de enfrente, que cree completamente deshabitada, a fin de dedicarse allí a la vida especulativa y a los ejercicios espirituales.
Pero, en realidad, esa isla deshabitada está «poblada» por un solitario, Hayy ibn Yaqzân. Apareció allí de manera misteriosa: o bien por generación espontánea de una materia que se tornó espiritualmente activa por la acción de la Inteligencia agente, o bien porque, siendo todavía muy niño, fue abandonado a su suerte sobre las aguas y llegó milagrosamente a la isla. En cualquier caso, el niño recibió los primeros cuidados de una gacela, ejemplo vivo de la simpatía que une a todos los seres vivos, que le alimentó y le cuidó. Comienza entonces una misteriosa pedagogía, sin maestro humano visible, ritmada en períodos de siete años, y que de septenario en septenario conduce a Hayy ibn Yaqzân hasta la madurez del perfecto filósofo (lo resumimos aquí al máximo). Ibn Tofayl describe cómo el solitario adquiere las primeras nociones de física; aprende a distinguir la materia de la forma; a partir de la noción de cuerpo, se eleva hasta el umbral del mundo espiritual; se interroga, al contemplar las esferas, sobre la eternidad del mundo; descubre la necesidad del Demiurgo; reflexionando sobre la naturaleza y los estados de su propio intelecto, toma conciencia de la verdadera e inagotable esencia del hombre y de lo que es para él la fuente del sufrimiento o la felicidad; se esfuerza, para parecerse a Dios, en no dejar subsistir sino únicamente el pensamiento; luego, de consecuencia en consecuencia, es conducido a un estado inefable en el que percibe la Teofanía universal. El solitario percibe la aparición divina resplandeciendo en las Inteligencias de las más elevadas esferas, que se va debilitando gradualmente hasta el mundo sublunar; por fin, descendiendo hasta el fondo de sí mismo, percibe la existencia de una multitud de esencias individuales semejantes a la suya, rodeadas unas de luz y de pureza, y sumidas otras en Tinieblas y en tormentos.
Es al salir de esta visión de éxtasis, transcurridos ya siete septenarios, es decir, siete veces siete años, cuando el solitario, entrado ya en el quincuagésimo año de su vida, se encuentra en su isla con Absâl. El primer contacto es difícil. Hay una desconfianza recíproca. Pero Absâl consigue aprender la lengua de Hayy, y juntos realizan un sorprendente descubrimiento: Absâl se da cuenta de que todo lo que en la isla de los hombres le fue enseñado como religión es ya conocido, y en una forma más pura, por Hayy, el filósofo solitario, que lo aprendió bajo la sola guía de la Inteligencia agente. Absâl descubre lo que es un símbolo, y comprende que toda la religión es el símbolo de una verdad y de una realidad espiritual inaccesible a los hombres, si no es bajo ese velo, pues la visión interior de los seres humanos se encuentra anquilosada, tanto porque su atención está enfocada exclusivamente hacia el mundo sensible, como a consecuencia de las convenciones sociales.
Pero al enterarse de que en la isla de enfrente hay hombres que viven inmersos en la obscuridad espiritual, Hayy experimenta el noble deseo de ir hasta ellos y darles a conocer la verdad. Absâl, aunque con pesar, acepta acompañarle. Los dos solitarios, gracias a una embarcación que por azar llega hasta la orilla, se dirigen pues a la isla antaño habitada por Absâl. Al principio son recibidos con grandes honores, pero a medida que despliegan su predicación filosófica, se dan cuenta de que la amistad deja sitio a la frialdad primero, y a una hostilidad creciente después, pues los hombres se muestran absolutamente incapaces de entenderles. Por su parte, los dos amigos comprenden que la sociedad humana es incurable y regresan a su isla. Saben ahora por experiencia que la perfección, y en consecuencia la felicidad, no es accesible más que a unos pocos: aquellos que tienen fuerza suficiente para asumir la renuncia.
Numerosas opiniones han sido expresadas en cuanto al significado del relato y la intención profunda de lbn Tofayl. No es cuestión de enumerarlas aquí, pero lo que caracteriza a los símbolos es la posibilidad de encerrar innumerables sentidos; cada lector deberá encontrar ahí su verdad. Sería una equivocación considerar este relato como una novela análoga a Robinson Crusoe. Todo episodio exterior debe ser entendido aquí en un sentido espiritual. Se trata de la autobiografía espiritual del filósofo y la intención de Ibn Tofayl concuerda con la de Avicena y con la de todos aquellos que se sitúan en la misma perspectiva. La pedagogía que conduce a la conciencia plena de la realidad no es obra de un maestro humano exterior, sino que es la iluminación de la Inteligencia agente, pero ésta no ilumina al filósofo más que a condición de que se despoje de todas las ambiciones profanas y mundanas, y viva, en medio mismo del mundo, la vida del solitario tal como la entiende Ibn Bâjja. Del solitario, en efecto, pues el sentido último del relato de Ibn Tofayl parece ser éste: el filósofo puede comprender al hombre religioso, pero la afirmación inversa no responde a la verdad; el hombre meramente religioso no puede entender al filósofo.
Desde este punto de vista, Averroes clasificará a los seres humanos en tres categorías espirituales: los hombres de la demostración apodíctica, los hombres de la dialéctica probable y los hombres de la exhortación. ¿Significa el retorno de Hayy ibn Yaqzân y de Absâl a su isla que el conflicto entre filosofía y religión en el mundo islámico es desesperado y carente de salida? Quizá es esto lo que habitualmente se contempla en el averroísmo, cuando se habla, refiriéndose a él, de «la última palabra» de la filosofía en el Islam. Pero no es ésa más que una pequeña parte del campo de la filosofía islámica.