Es en la política francesa y alemana donde se juega la gestión de la crisis europea; malas noticias para los 'merkozianos' a este respecto
Manuel Castells, La Vanguardia
La Unión Europea vive desde hace tiempo bajo la supervisión de ese maridaje de conveniencia llamado Merkozy. So pena de ser arrojados a las tinieblas exteriores, los países de la zona euro han tenido que enfundarse el uniforme alemán de austeridad fiscal, aderezado con un toque parisino de xenofobia nacionalista. Resultado: las economías europeas en recesión, han desanimando a los inversores. Y como las cuentas de la vieja (“no gasto lo que no tengo”) no funcionan como forma de gestión de economías complejas y globalizadas, la deuda pública y privada siguen aumentando en una espiral destructiva. Puesto que los gobiernos ingresan menos porque la economía no crece y sus necesidades de gasto apenas se reducen a corto plazo tienen que seguir endeudándose en unos mercados financieros cada vez más sospechosos de la solvencia de entidades públicas y privadas en casi toda Europa. De ahí el incremento acelerado de la prima de riesgo, el aumento del interés que tienen que pagar los gobiernos por los bonos-salvamento que emiten, las crecientes dificultades de Italia y Francia en el pago de su deuda pública y, sobre todo, la amenaza de intervención de la economía española por los panzer- contables de Merkozy. En términos estrictamente económicos, este proceso conduce a la catástrofe, a la desintegración del euro, a una crisis financiera mundial y a una recesión prolongada. Es más, la cohesión europea está en cuestión, con los países culpándose los unos a los otros (véase Monti contra Rajoy, Finlandia contra Grecia, Reino Unido contra el tratado europeo) mientras que el intento de federalismo con acento alemán suscita reacciones nacionalistas de defensa de la soberanía.
Pero todo esto no proviene de ninguna necesidad estructural. Es una política, defendida en función de sus intereses por Merzoky y sus acólitos. Por tanto, si Merkozy desaparece del firmamento europeo, todo es posible, se abre el juego, se redefinen alternativas. De modo que es en la política francesa y alemana donde se juega la gestión de la crisis europea. Malas noticias para los merkozianos a este respecto. La elección presidencial del 22 de abril en Francia está marcada por el ascenso de Jean-luc Mélenchon y el Frente de Izquierda, que ha llegado al 15% de intención de voto y se sitúa en tercer lugar, desplazando a Le Pen. Su programa es abiertamente de izquierda, llamando a la revolución y a la insurrección ciudadana y utilizando el viejo método de mítines y manifestaciones masivas. Lenguaje y programa reflejan posiciones que podrían ser las del 15-M: que paguen los bancos y los ricos la salida de la crisis, defensa del Estado de bienestar, nacionalizaciones de empresas privatizadas, mejora de sueldos y contratos para jóvenes, salario mínimo de 1.700 euros, hacia una VI República social, laica, participativa y ecológica. Los jóvenes se han movilizado: un 25% votará por Mélenchon. Y aunque Mélenchon quita votos al socialista Hollande, se los devuelve con creces en la segunda vuelta pero condicionado a un giro a la izquierda, con la vista puesta en las elecciones legislativas de junio. De hecho, Hollande, ante esta llamarada de basta ya (que también subyace el voto de Le Pen) ha radicalizado su programa, con su impuesto del 75% a las rentas de un millón, jubilación a los 60 y programa de vivienda social para jóvenes. Contando con los votos de izquierda y los de los ecologistas, la previsión actual es que en la segunda vuelta Hollande ganaría a Sarkozy con el 53% frente al 47%. Lo cual amputaría a Merkozy, con al agravante de que Merkel se negó a recibir a Hollande para jugarse todo por su socio.
Pero no acaba ahí la historia. La propia Merkel, con elección general en 2013, está en serios apuros. Por un lado, en contra de su criterio, se eligió en marzo presidente de Alemania al pastor Joachim Gauck, defensor de derechos humanos, sustituyendo al corrupto merkeliano Christian Wulff, que mancilló el cargo. Lo más grave es que a los apoyos de centroizquierda, Gauck ha sumado los de los liberales del FPD, socios de gobierno, con la consiguiente fractura en la coalición que sostiene a Merkel. Por otro lado, también está en curso una transformación de la política alemana como reflejo de los movimientos sociales en el país. El Partido Pirata ha alcanzado 10% del voto a nivel nacional (20% entre jóvenes), está en los parlamentos de Berlín y Sarre, y se prevé su entrada en Renania del Norte-westfalia y Schleswig-holstein el mes que viene. Sus objetivos: defensa a ultranza de la libertad en internet, movilización contra el equivalente de la ley Sinde y democracia real, transparente y participativa. Sumando esa intención de voto al 14% de los verdes, 7% del partido de izquierda y 27% de los socialistas se llega a un 58% de intención de voto frente al 35% de Merkel y al 3% de los liberales que están hundidos. Lo común a todas estas fuerzas es su enfrentamiento con la política de austeridad de Merkel. Claro que si los socialistas tuvieran manos libres volverían a las andadas de donde dije digo. Pero no las tienen porque tendrán un Parlamento en donde sólo podrán gobernar en minoría. A menos que se coaliguen otra vez con Merkel, pero en cualquier caso con la dama de hierro colado como segunda, cosa que su orgullo no le permitiría. Por eso intenta anticiparse y está cambiando de rumbo, haciéndose más social y menos austera en su propio país. Si se salvara, cosa improbable, sería con otra política.
Así que –miren por dónde– todos esos políticos europeos, empezando por Zapatero y Rajoy, acobardados por el ímpetu de Merkozy, siguiendo a pies juntillas sus recetas, hechas en nombre de los mercados, pero que los mercados no se creen, se pueden quedar sin Merkozy de la noche a la mañana y con Francia y Alemana cambiando de política. Porque despreciaron a los movimientos amparándose en mayorías ficticias. Olvidando que nada es inmutable. Y que las ideas se filtran por las paredes de la mente.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización