Ella solía entrar en la habitación de sus padres con total confianza. No obstante esa noche no entró. Los susurros, las risitas entrecortadas que intercambiaban sus padres la alertaron y decidió espiarles por la rendija de la puerta entreabierta.
Atónita observó el incesante movimiento de sus padres. “No hagas ruido, nos puede oír la niña”, oyó decir a su madre.
El crepitar del papel de regalo cesó. Vió el armario repleto de juguetes y volvió a su cuarto llorando para escribir su última carta a los Reyes Magos.