El fin de las campanadas

Publicado el 20 septiembre 2021 por ArÍstides
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Hemingway se preguntaba "Por quién doblan las campanas" en su libro así titulado sobre la guerra civil española. Cuando lo escribió tenía su sentido porque las campanas no estaban mecanizadas, como lo están ahora, y precisaban de alguien que las hiciera sonar. El toque manual hoy es algo arcaico, como lo son muchos oficios que desaparecieron por causa de la automatización. Ni siquiera las torres en las que se encuentran, que en otro tiempo servían para que el caminante se orientara en la lejanía, son ya necesarias porque los dispositivos móviles nos ubican a la perfección.

El campanero, que en ocasiones cobraba su trabajo con un celemín de trigo, tenía que poseer una buena memoria y un atinado sentido del ritmo. Los toques eran numerosos y marcaban el paso del día. El tañido marcaba el ritmo de los pueblos y de las aldeas cercanas. Junto a la llamada a misa, al Ángelus o a las procesiones. Los repiques anunciaban la muerte de algún vecino, la llegada de alguna personalidad, la entrada al colegio o desgracias como los fuegos.

Los toques a muerto servían para advertir si se trataba de un hombre, de una mujer o un niño. Había lugares en los que, según los sonidos, eran capaces de señalar hasta el barrio del fallecido. Cada pueblo tenía su lenguaje y este era entendido por los vecinos. Hoy sólo queda documentarlo para que en el futuro no se olviden las claves del repique. Se trata de un trabajo que realizan los pocos campaneros aún en activo, porque son conscientes de que los secretos de su oficio van a enmudecer con su retiro.