Frente al primer libro publicado por un autor se suelen desplegar, sobre todo, dos actitudes: la primera consiste en elogiarlo desmesuradamente, celebrando a su compositor con vítores de genio y marcando con fosforito los dos o tres hallazgos más notables del volumen, que son elevados a rango de diamante y que parecen autorizar la comparación del recién llegado con Cervantes, Proust, Muñoz Molina o García Márquez; la segunda consiste en señalar con cierta saña biliosa sus defectos, sus errores, sus zonas de penumbra, para demostrar que se trata de una obra fallida y que su firmante haría mejor en dedicar su tiempo a la alfarería o el cuidado de petunias. Ambas posturas, huelga precisarlo, obedecen al equívoco de considerar que una primera obra es algo más que una primera obra, y que en sus páginas flotan las señales de un resumen o de un anticipo.Ismael Orcero acaba de entregar a través del sello Boria Ediciones su trabajo El fin del mundo, en el que se reúnen diez relatos muy singulares y que conforman, según registra la solapa, el primer libro que publica. Y el autor nos sumerge en ellos en historias donde aparecen caníbales modernos (forzados por la desgracia de un accidente acaecido en una zona desértica), con presencias espectrales que se niegan a abandonar una casa de las afueras, con apocalipsis zoológicos de textura más que inquietante, con adultos que adquieren robots a los que dotan de características que los aproximen a sus madres, con camioneros infieles, con vengativos seres diminutos que viven bajo tierra y odian ver perturbado su modo de vida o con extrañas enfermedades que necesitan ser controladas con métodos expeditivos. Es decir, y por expresarlo de una forma sintética: con argumentos y con personajes que, alejándose de la facilidad, plantean situaciones incómodas para los lectores, quienes sólo disfrutarán de verdad si aceptan el desafío del autor cartagenero y bucean sin traje de neopreno por sus profundidades.Da la impresión de que Ismael Orcero ha querido, desde su primer libro, sentar las bases de un territorio muy personal, muy específico, al que invita a sumarse a los lectores. Si le gustan las emociones fuertes, dese un paseo por estas páginas. Es muy probable que encuentre aquí una voz a la altura de sus expectativas.
Frente al primer libro publicado por un autor se suelen desplegar, sobre todo, dos actitudes: la primera consiste en elogiarlo desmesuradamente, celebrando a su compositor con vítores de genio y marcando con fosforito los dos o tres hallazgos más notables del volumen, que son elevados a rango de diamante y que parecen autorizar la comparación del recién llegado con Cervantes, Proust, Muñoz Molina o García Márquez; la segunda consiste en señalar con cierta saña biliosa sus defectos, sus errores, sus zonas de penumbra, para demostrar que se trata de una obra fallida y que su firmante haría mejor en dedicar su tiempo a la alfarería o el cuidado de petunias. Ambas posturas, huelga precisarlo, obedecen al equívoco de considerar que una primera obra es algo más que una primera obra, y que en sus páginas flotan las señales de un resumen o de un anticipo.Ismael Orcero acaba de entregar a través del sello Boria Ediciones su trabajo El fin del mundo, en el que se reúnen diez relatos muy singulares y que conforman, según registra la solapa, el primer libro que publica. Y el autor nos sumerge en ellos en historias donde aparecen caníbales modernos (forzados por la desgracia de un accidente acaecido en una zona desértica), con presencias espectrales que se niegan a abandonar una casa de las afueras, con apocalipsis zoológicos de textura más que inquietante, con adultos que adquieren robots a los que dotan de características que los aproximen a sus madres, con camioneros infieles, con vengativos seres diminutos que viven bajo tierra y odian ver perturbado su modo de vida o con extrañas enfermedades que necesitan ser controladas con métodos expeditivos. Es decir, y por expresarlo de una forma sintética: con argumentos y con personajes que, alejándose de la facilidad, plantean situaciones incómodas para los lectores, quienes sólo disfrutarán de verdad si aceptan el desafío del autor cartagenero y bucean sin traje de neopreno por sus profundidades.Da la impresión de que Ismael Orcero ha querido, desde su primer libro, sentar las bases de un territorio muy personal, muy específico, al que invita a sumarse a los lectores. Si le gustan las emociones fuertes, dese un paseo por estas páginas. Es muy probable que encuentre aquí una voz a la altura de sus expectativas.