La ultima vez que me sentí así fue cuando mi exesposo me dijo que ya no me quería. Como si nada fuera a estar bien nunca más. Y sin embargo, estuvo. Costó, pero estuvo. No perfecto, no igual. Pero bien, y en algunos aspectos, hasta mejor. Otros todavía los extraño, aunque ya no lo extrañe a él.
Ahora vuelvo a sentir esa misma desazón y esa seguridad de que las cosas, como las conocía, se terminaron. Pero mucho peor. Porque ahora es mamá, y a ella no la puedo reemplazar.
Mi madre está muy enferma. O eso creemos. No sé. En una filosofía de vida que lleva sosteniendo treinta años, no ha ido al médico, no piensa ir, y – aunque lo hiciera – no piensa tomar ningún tipo de acción sobre su mal.
Entre el enojo porque esté enferma y el enojo porque no se quiere curar, me paralicé por mucho tiempo, hasta que acepté que es su vida y tiene derecho a vivirla – o no – como desee. No está senil, no es incapaz, no es boba. Es ella, y ella es así. Dándole un giro al dicho: “hay que querer(la) o reventar(la)”.
“El enojo es dolor,” me dijo mi amiga Eglé y me abrió los ojos –Eglé siempre me abre los ojos, desde los tiempos en que, como profesoras novata y experiente, compartíamos el aula.
Uno sabe que los padres se van a morir, es la ley de la vida. Es como saber que la Tierra es redonda; no lo cuestionás ni te lo planteás demasiado. Pero entonces te enfrentás a la posibilidad real de sus mortalidades y todo se da vuelta; la Tierra se aplana y estás navegando directamente hacia borde.
Ayer – ayer fue un día de epifanías – también me di cuenta de que estaba tan enojada y tan angustiada que no estaba considerando algo igualmente importante: mi madre está pilotando su propio barco con el mismo rumbo, derechito al fin del mundo. Y viaja sola, porque los que quiere estamos enojados con ella o tan enredados en la posibilidad de perderla que no dejamos de mirarnos el ombligo. Sola enfrentada a su propia mortalidad.
Y no quiero que se sienta así.
No es fácil, pero estoy intentando. Intentando que cambie de opinión y que saque la cabeza de la arena –porque es una lucha que no estoy dispuesta a abandonar– pero sobre todo, intentando entenderla e intentando aceptarla, y desenojarme. En fin, intentando acompañarla.
Es el fin del mundo, pero no tiene –tenemos– por qué vivirlo solos.
P.D.: Shhhh, mamá no sabe que escribí esto. No me descubran.
Es mi forma personal de terapia, pero si se entera, me mata.
EriSada