El final de tu tiempo: El hombre clave, existencialismo y género según Robert Mulligan para Cinearchivo.

Publicado el 19 abril 2011 por Esbilla

Segunda entrega y cierre de la antología sobre la Generación de la Televisión en Cinearchivo, abarcando desde 1969 con Los temerarios del aire de John Frankenheimer hasta la despedida de Sidney Lumet en 2007 con la ya tratada aquí Antes que el diablo sepa que has muerto. Entre medias obras mayores, menores y títulos lamentablemente postergado como el formidable Odio en las entrañas de Martin Ritt, Yo vigilo el camino del mismo Frankenheimer, ambas estrenadas en 1970, u otro desencantado policial que también pasó por aquí como el San Francisco, ciudad desnuda que Stuart Rossenberg filmó en 1973. En esta corriente del olvido flota el título del cual me hago cargo: El hombre clave (o The Nickel Ride en su título original), una extraña, y algo plomiza, cinta existencialista-criminal rodada por Robert Mulligan en su notable periodo a caballo entre finales de los 60 y principios de los 70.  El hombre clave

 “El hombre clave es una rareza pero menos. Es decir, sí tiene un componente extrañeza directamente derivado de su permanente invisibilidad y también, en parte, de la curiosa personalidad de su director Robert Mulligan, pero en ningún caso es una pieza insólita. Más bien está en plena coherencia, «estético-tonal» con un buen puñado de thrillers norteamericanos de mediados de los 70 que hicieron del estilo elusivo, el hermetismo, lo impresionista y la angustia vital de sus personajes protagonistas material de reflexión metafísica desde los rebordes del cine de género tal y como se entendía en la época. En primer lugar no se puede desligar esta película de su casi gemela La conversación (1974), soledad, paranoia, abstracción… todos temas también planeando sobre el excelente trabajo de Francis Coppola. Su estilo la emparenta con Klute (1971), con la un año posterior La noche se mueve (1975) y también con la misma La conversación en estos términos; hijas de similar pretensión de fusionar sensibilidad a la europea y clichés noir norteamericanos e igualmente la sitúan en esa órbita pesimista y áspera que ya había hecho cumbre con la «terminal» El confidente (1973) con la cual El hombre clave comparte presencia musical del gran Dave Grusin, formidable músico de jazz que se ha prodigado demasiado poco en las bandas sonoras y fiel asimismo de algunos de los mejores logros de Sydney Pollack, principalmente de la magistral Yakuza (1975). Con esta obra mayor de Peter Yates comparte su mezcla de naturalismo y estilización, su seguimiento constante del personaje central, su práctica ausencia de trama como tal y, en definitiva, una plasmación formal de un sentimiento vital de finitud por completo angustiosa. Con todo esto no quiero menospreciar un título tan sugestivo (también tan irregular) como el presente si no señalar que su singularidad no es tal; más bien al contrario, un film como The Nickel Ride solo pudo haberse concebido en este momento determinado de la historia del cine estadounidense y, por extensión, mundial. Es hija de su tiempo, para bien y para mal(…)” continuar
“Más complicada que compleja, más abstrusa que densa, parte, como el film de Yates, de un personaje/entorno limítrofe con el gran crimen organizado. Marginal, por tanto, y además en trance de desaparición, de sustitución por una nueva criminalidad. En este caso, Cooper, «el hombre que tiene todas las llaves» es un hampón de barrio que controla una serie de pisos y almacenes para una mafia abstracta y funcionarial con la cual ejerce de enlace, distribuyendo mercancía, arreglando pequeños chanchullos o lo que haga falta. Cooper es un «conseguidor», un «solucionador», un tipo de confianza sobre el cual se le va perdiendo la confianza, una pieza sustituible de un engranaje mayor. Caído en desgracia, el sentimiento de muerte se hace cada vez más acuciante. Y mucho más después de haberle dado por error una paliza al chófer de su contacto directo y de que el primero sea sustituido por un tipo de fuera, un ridículo cowboy al cual da cuerpo, irónica entonación el siempre extravagante Bo Hopkins, que con una interpretación sinuosa y magnética anima, por contraste, el plomizo estilo de Jason Miller que contagia la película en su conjunto o quizás se al contrario, el ritmo fúnebre y macilento del conjunto narcotizan al intérprete/personaje. Actor de carácter de carrera breve, prestigioso dramaturgo (su obra de mayor impacto fue The Championship Season, merecedora del Premio Pulitzer en 1973, sobre la reunión de unos viejos amigos antiguos miembros de un equipo de baloncesto, que él mismo llevó al cine en 1982) y padre del también intérprete Jason Patric, personaliza la película con su peculiar ritmo interpretativo, su físico esquivo y su rostro fatigado. De muy limitada expresividad, Miller se esfuerza por transmitir una turbulencia interior que aboca a Cooper a la paranoia y a la violencia pero solo lo consigue por momentos, quedándose los más su underplaying como una irritante fatiga de indefinido origen. Con todo ello el protagonista de El exorcista (1973) funciona para la película, se adecua al ritmo y forma parte de la misma, más una captación, peleada entre el naturalismo de escenarios y tipos y lo impresionista de la luz formidable del excelente operador Jordan Cronenweth.(…)” continuar