Querido lector, sé que llevo bastante tiempo publicando a cuentagotas en este Secreto Gigantesco. Me consuela saber que ha sido por una buena causa, pues hoy por fin he presentado mi Trabajo de Fin de Grado.
¿Final? El viaje no concluye aquí.
Diseño e implementación de un algoritmo para la detección del evento de interés en deportes indoor
Sí, ya soy graduado, se supone que ingeniero, tras cuatro años y medio. Esta etapa final ha sido dura, desesperante muchas veces, pero es una verdad como un templo que la perseverancia tiene sus frutos, por mucho que lo haya dudado tantas veces.
Confío en que me perdones mi dejadez, pues no te he contado casi nada de todo esto. De modo que para arreglarlo me apetece compartir los agradecimientos que he incluido en la memoria del proyecto.
Pues ahora mismo, sólo me sale dar gracias:
Mi admirado Chesterton decía que la aventura podía ser loca, pero el aventurero, para llevarla a cabo, había de ser cuerdo. Hace cuatro años y medio la sensación que me embargaba antes de atravesar por primera vez las puertas de esta Escuela era la de estar empezando una aventura real que no sabía dónde me iba a llevar, ni siquiera si iba a poder terminarla. Sé que por aquel entonces no estaba ni mucho menos cuerdo y también sé que ahora tampoco lo estoy, de modo que el haber llegado hasta aquí sólo puedo atribuírselo a tantas personas que han sido luz, pan, agua fresca, sal y piedra de toque en el camino. A todos ellos gracias, porque sin ellos no sería quien soy hoy.
A todos ellos gracias, porque sin ellos no sería quien soy hoy. Gracias a mis compañeros de clase, que me han permitido mantener algo de cordura en medio de la noche que eran todas aquellas jornadas interminables en tiempo de exámenes. A los locos que compartieron desde el principio mi guardia, a Irene, Carlos, Marta, Cris, Isa, Alberto, Ana, Natalia, Nacho, Gusa, Rober, Juanje, Sergio. A José Luis, con quien exploré el acelerador antes incluso de hacer la PAU. A los trastornados de Rodri, Guille, Sergio, Carlos, Albon, Álvaro, David y los que me dejo, con quienes estuve cerca de coronar a MiVieja como equipo revelación. A mi mentor Nacho por haberme enseñado el Castillo Negro y haberme contagiado su cariño hacia él. Al mixto huevo de Enrique también le debo una línea, o quizás más de una, pero compartida con las palmeras de chocolate de Rubén a las siete de la tarde. A IACR, mi catastrófica desdicha, también le agradezco las lecciones aprendidas a base de caer una y otra vez. Creo que puedo empezar a decir que no fue en balde. A don Javier, con quien me crucé cuando más lo necesitaba en aquella parte de la universidad que tantos querrían ver clausurada. A los locos que se fueron uniendo a medida que el invierno se acercaba, a Jorge, Álvaro, Fer; también a Faus que me llevó del cine al Muro. A mi tutor Marcos, que me ha ayudado a escalarlo con esfuerzo, paciencia y sentido del humor del bueno. Esto es más fruto de todos ellos que de mí.
Tengo mucho que agradecer también a mi comunidad, el escudo que me protege tantas veces del Enemigo. Al loco de Andrés, por estar desde el principio de los tiempos. A David, Paloma, Javi, Inés y Asenjo, por estar casi desde el principio y aguantarme. A los que vinieron después pero como si hubieran estado siempre, a Pablo, Juancar, Nerea, Edu, María, José Esteban, David, Nacho, Clara, Ana, Cris, Manu, Miguel, Ángel, Jessica, Julia. A mis respons queridos. A Javier y a María. A Edu, compañero de fatigas y locuras inquebrantables. A ti también María, porque me ayudaste con esto más de lo que crees. No me caben todos los locos, pero no importa porque ya sabéis perfectamente que este párrafo es vuestro.
Se me acaba el espacio, pero para los locos de mi familia siempre ha de haberlo, aunque reconozco que muchas veces no les he dedicado el que habría querido. A mis cuatro abuelos, gracias por vuestro sacrificio. A mis padrinos, mis tíos, gracias por ejercer como tales y ayudarme cada uno de la mejor manera que sabe. Al loco de mi hermano tengo que agradecerle haber estado siempre y haber hecho posible que me conociera un poco a mí mismo. A las locas de mis hermanas adolescentes –y no tan adolescentes- podría agradecerles lo mismo, pero la verdad es que mi vida sería aburridísima sin discutir con vosotras. Sabéis que os quiero. Un poquito. A las locuelas de mis hermanas pequeñas, gracias por contagiarme de vuestra alegría. A vosotras es mucho más fácil quereros, tanto que igual no tiene tanto mérito. A mi padre, por ser el cuerno que despierta a los durmientes, sea o no día laborable. Gracias por enseñarme la verdadera valentía. A mi madre, por ser el fuego del hogar que arde contra el frío. Gracias por enseñarme a confiar.
Y gracias a Dios, por quien esta aventura está bien hecha, pues es cierto que escribe recto con renglones torcidos.
Prometo escribir -un poquito- más a partir de ahora ;)